En estos últimos meses, con el asunto de la enseñanza online, se ha producido
una revisión de nuestros métodos pedagógicos. Hasta hace poco, quienes nos
dedicamos a enseñar a tocar un instrumento o a cantar lo hemos tenido relativamente
fácil. Para resumir en una generalización, una vez asimilados los contenidos
básicos del repertorio clásico, solo queda someterse al método tradicional de
calentamiento y exposición del material practicado durante la semana, para
luego proponer correcciones, realizar algún ejercicio aislado basado en la
repetición mecánica, y dictar los deberes para la próxima clase. En mi opinión,
los profesores debemos alejarnos de este modelo o, al menos, no considerarlo ni
el único ni el más efectivo.
En mi experiencia de estudiante buena parte de mis clases de instrumento se
rigieron según el modelo mencionado.
Tuve, al menos la suerte, de que mi primer profesor amenizaba cenas en un hotel; con él aprendí que existía un
repertorio internacional de música tan interesante como la clásica, y que este
repertorio también podía afrontarse con la libertad propiciada por el
conocimiento de la armonía y de la improvisación. De ahí deduje que la práctica
de la improvisación puede ofrecernos un vehículo expresivo inmediato de acuerdo
a nuestro temperamento actual, sin tener que recurrir al estudio exhaustivo de una partitura. Este profesor sostenía un enfoque fragmentario de la educación instrumental según el cual sólo se podía ser músico o intérprete, eliminando así la posibilidad de integrar estos conceptos para hacer de la experiencia musical un evento
completo. “Serás un gran músico” sentenció cuando me
despedí de él, “pero un mal intérprete”.
Creo que hay que evitar a toda costa estas afirmaciones,
que en el fondo no son más que la manifestación de la incompetencia docente
para resolver un problema pedagógico. En el Conservatorio escuché a una
profesora afirmar que si un pianista tenía miedo
escénico debía abandonar los estudios y dedicarse a otra cosa. No cabe duda de
que este enfoque resulta más sencillo: el estudiante conflictivo abandona y
viene otro que, tal vez, es más eficiente, y así no hay que
elaborar un programa individualizado para resolver un problema que, en el nuevo
caso, puede venir superado de atrás. Pero el efecto producido en los
estudiantes que reciben estos mensajes es devastador. En mi práctica docente siempre he recibido con alegría a quienes aprenden con soltura y
rapidez; pero también a quienes presentan dificultades de aprendizaje, que
además me proponen el reto de elaborar nuevas estrategias, y nuevas soluciones.
También hay que valorar el filtro afectivo, o la manera en
que cada estudiante reacciona a un estímulo pedagógico cualquiera. Esto
invalida, en mi opinión, el modelo convencional de la clase de instrumento
según el cual un mismo enfoque vale para todos. Cada persona trae consigo su
propia historia, y uno tiene que adaptarse a ella a la hora de proponer una
actividad o de juzgar una interpretación o un comportamiento. Tal vez quienes acuden a un
Conservatorio presentan un perfil más homogéneo, pero en otros entornos pedagógicos podemos encontrar una multiplicidad enorme
de caracteres, comenzando por las propiciadas por la mayor amplitud de edades
que se tratan.
En mi aula de piano he enseñado tanto a niños de cinco años
como a mayores de setenta. La música es un bien universal y debe ser accesible
a quienes por tradición se les ha hecho pensar que su cerebro no presenta la
flexibilidad adecuada para aprender a tocar un instrumento. El refranero afirma que para estudiar y tomar consejo nunca se es viejo, y mi
experiencia me lo confirma en la cantidad de adultos que han aprendido a
interpretar un buen número de obras de los grandes compositores, un standard
cualquiera, o una canción folclórica. Determinación, persistencia en la
práctica, disfrutar del esfuerzo y del proceso de aprendizaje, y una buena
dosis de pasión por la música son los ingredientes necesarios para que una persona pueda aprender a tocar obras de cualquier maestro.
Un problema a evitar es la fragmentación de la música, esa
teoría según la cual sólo es buena música aquella dictada por los grandes maestros,
y generalmente los clásicos. Los profesores que piensan así pueden verse
abocados a generar un entorno que se acomode a su pensamiento, y en
consecuencia excluir del aprendizaje un conjunto de contenidos muy valiosos. Tampoco
perciben los mensaje de rechazo que provienen de unos alumnos que tal vez se
acercan al piano para divertirse aprendiendo la Marcha Imperial, o para
identificarse con su sociedad inmediata tocando una canción de Taylor Swift. Un
cierto grado de fragmentación nos ayuda a ser prácticos y a entender el mundo,
pero una exageración de este concepto en la enseñanza nos inclina a dejar de percibir la Música como un todo extraordinario.
¡Cuánta gente he visto sufrir en la enseñanza instrumental
porque deseando aprender un villancico, una canción de una película, o un
Boogie-Woogie, tienen que someterse al contrapunto de Bach, o a los
minuetos de Leopold Mozart! Me pregunto cuántos abandonan un instrumento
por los rigores de la enseñanza tradicional, y por los reparos de muchos
docentes a enseñar música que consideran mala, o que no se encuentra dentro de
los dominios del repertorio clásico. No cabe duda de que en la enseñanza reglada
es lógico seguir un repertorio determinado, pero en la no oficial sí se hace
necesario una revisión del material y una actualización de los contenidos, pues
en el fondo, lo que ha de primar es la felicidad de nuestros alumnos, y no
tanto la comodidad de quien enseña.
La enseñanza online a la que muchos nos hemos visto obligados durante los meses de confinamiento ha puesto en jaque a ese pensar fragmentario según el cual sólo se aprende de manera presencial, y además en un aula especializada. La urgencia ha motivado una adaptación rápida, y mi experiencia, al menos, ha sido positiva. No niego problemas. La inexactitud del sonido, el retraso en la comunicación, las horas largas frente a la pantalla del ordenador y la ausencia de un entorno musical complementario a la práctica: estos han sido, en mi opinión, los problemas más visibles. Pero me compensa porque me he reconocido en la experiencia confinada de mis alumnos, viendo como su ánimo y su color se oscurecían con el paso de las semanas, pero sin olvidar, al igual que Beethoven, que las dificultades pueden afrontarse siempre con alegría y una sonrisa, y sobre todo con música, ya sea la de Bach o la de Ludovico Einaudi.
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