
JUEZ: Señor Wieck, confieso que me aturden los padres de los grandes músicos. Apenas he despachado a los de Mozart y Beethoven, y ya me
encuentro ante otro a quien acusan de tirano. Me pregunto qué es lo que ocurre con la Música, y ya llego a cuestionarme
si acaso este arte ha sido de provecho para la humanidad, a juzgar por la
cantidad de sinsabores que parecen desprenderse de su ejercicio. Se le atribuyen dos delitos: conducirse como un
tirano en la educación musical de su hija Clara; e imponerse
al amor surgido entre ella y Robert Schumann. ¿Qué tiene que decir?
WIECK: Me acusan de ser un profesor férreo quienes desconocen los entresijos de una buena técnica instrumental. Son mediocres que ven al Artista como a un ser cualquiera capaz de expresar sentimientos elevados a
través de un trabajo insuficiente. Arremeten contra el esfuerzo y la dedicación y eliminan el concepto de Artista, para así dar validez a sus insulsas creaciones. Estas denuncias
provienen de cuando se aplaudía a un pianista por aporrear las teclas de forma confusa. En mis tiempos el piano se desarrollaba impulsado
por el genio de Beethoven, y el mundo se asombraba con las composiciones de Liszt y de Chopin. Enfrentarse a ellas requería un entrenamiento espartano.
JUEZ: Le agradezco el contexto, y tomo nota de su planteamiento
estético, pero esto sólo explica una práctica exhaustiva razonable, y no la tiranía
de la que se le acusa.
WIECK: También sugiere que no se ha profundizado en los escritos de Clara, que afirman que raramente exigí a la niña más de dos o tres horas de práctica
diaria. También promoví que ejercitara sus músculos al aire libre,
pues no quería que palideciera y adoptara esa apariencia quejumbrosa y
lamentable que llevan muchos pianistas. No era época de
comodidades, y el cuerpo debía estar pertrechado para afrontar la
humedad y las pestes.
Clara iba a ser una magnífica pianista y yo me aseguraba de que
estaría a la altura del público más exigente, pero también de que soportaría
las inclemencias de unas largas giras en transportes rudimentarios.
JUEZ: ¿Debo entender que Clara Wieck se convirtió en una brillante pianista por medio de
una simple práctica de dos o tres horas diarias, y que no sufrió como
consecuencia de un implacable programa pedagógico?
WIECK: Yo era
uno de los más grandes profesores de Alemania: regentaba un negocio de venta de pianos,
y enseñaba a otros estudiantes que residían en mi casa. Hay que unir, pues, un talento
natural, una educación eficaz y un entorno propicio para explicar el extraordinario
éxito de Clara. Por ello se convirtió en la pianista más brillante de Europa, admirada por Liszt y Paganini.
Chopin decía que nadie sino ella tocaba mejor su música en Alemania. Claro, porque la música de Chopin no se entiende sin el canto, y
mi método de enseñanza preconizaba el piano y el canto como materias
complementarias. “Piano y Canto”, lo llamé. ¿Es esta la pedagogía de un tirano? ¿Soy comparable al abominable padre de Beethoven o al interesado padre de Mozart?
Siempre desprecié el proceder de estas dos sanguijuelas, porque en ellas se evidenciaba el interés personal. Leopold Mozart bufoneó a su hijo en las cortes europeas; Johann Beethoven sometió al joven Ludwig a una práctica infame y deplorable. Nadie podrá compararme con esos dos miserables, aún cuando su comportamiento haya motivado el florecimiento de su genialidad. Yo conseguí que Clara se convirtiera en una pianista de mayor talla sin emplear el castigo y la amenaza.
Siempre desprecié el proceder de estas dos sanguijuelas, porque en ellas se evidenciaba el interés personal. Leopold Mozart bufoneó a su hijo en las cortes europeas; Johann Beethoven sometió al joven Ludwig a una práctica infame y deplorable. Nadie podrá compararme con esos dos miserables, aún cuando su comportamiento haya motivado el florecimiento de su genialidad. Yo conseguí que Clara se convirtiera en una pianista de mayor talla sin emplear el castigo y la amenaza.

No era, pues, mi subsistencia la que intentaba asegurarme, mi negocio era próspero y a mí acudían muchos estudiantes deseosos de aprender el arte del piano. Yo aspiraba a algo mucho más elevado, apuntaba a que Clara se valiera por sí misma como artista en un mundo en que una mujer no era considerada para mucho más que para los asuntos domésticos. Quería evitarle las privaciones que yo mismo hube de soportar de niño y, en definitiva, librarla de la obligación de depender de ningún hombre. Esta era la vida que le aguardaba a Clara, pero todo se torció cuando apareció Schumann.
ESCENA II

Admito que no le acepté de buen grado como alumno; no me caía nada bien. Él quería que le enseñara a tocar el piano, pero desoía mis consejos y discutía mis procedimientos. Sacrificaba el esfuerzo en la esperanza de resolver rápidamente las dificultades técnicas. Y para ahorrarse trabajo se aplicó un ingenio mecánico a sus dedos para fortalecerlos o hacerlos más flexibles. El hombre se destruyó la mano para siempre. Tal vez lo hizo para justificar su renuncia al piano; después de todo, Clara sólo tenía ocho años y tocaba mucho mejor que él. Decidió, pues, descuidar el piano y consagrarse a la composición.
Con la esperanza de remediar su lesión se sometió a todo tipo de tratamientos, baños de coñac con agua, por ejemplo; usó terapias eléctricas, homeopatía, y recurrió al Tierbäder. Este procedimiento consistía en sumergir la parte lesionada en un recipiente colmado de la sangre de un buey recién sacrificado. ¿Le sigue pareciendo llamativo que me opusiera a que mi hija se casara con este hombre, aún cuando produjera composiciones maravillosas?


Tampoco lo son sus otras lesiones, acaso más graves que la que estamos contemplando. Los biógrafos de Schumann destacaron su falta de moderación durante su vida de estudiante: se acentuó su abuso del alcohol y su promiscuidad. En una de esas escaramuzas debió contraer la sífilis, que, como es sabido, causa severos daños cerebrales y graves trastornos neurológicos. Los biógrafos sólo estudian algunos aspectos públicos y sonados de sus personajes, pero carecen de la visión de quien ha convivido con ellos día y noche, bajo el mismo techo. Esa es la que yo conozco y por ello me siento más inclinado a emitir un juicio inamovible sobre la unión de Clara con Schumann ¿Aún puede haber alguien que piense que es inmundo oponerse a este matrimonio? ¿Debía consentir que mi hija se casara con un ser tan perturbado?
ESCENA III

JUEZ: ¿Sugiere entonces que la enfermedad mental debe
ser razón para oponerse a un matrimonio veraz? ¿No tenían derecho los amantes a
contraer matrimonio por encontrarse uno de ellos notablemente aquejado de algún
desequilibrio?
WIECK:
Mis reparos se orientaban más bien hacia lo práctico. Por un lado,
hacia el asunto económico, y por otro, hacia el artístico. La capacidad
de Clara para ganarse la vida residía en sus conciertos; es una
actividad que requiere dedicación y sacrificio, pero sobre todo
continuidad y perseverancia. ¿Piensa que Clara iba a poder ganarse la
vida como pianista haciendo labor de esposa y madre en mitad del siglo
XIX, mientras su marido vendía composiciones que casi nunca recibían
buena aceptación? Yo preví este problema, y obligué a Schumann a
ofrecerme un informe de sus ingresos antes de acceder al casamiento. La
cantidad que ganaba por sus composiciones era ridícula; luego, no podía
afirmarse que Schumann podía valerse simplemente de su trabajo, ni menos
aun que pudiera garantizar a Clara una vida libre de privaciones y
sofocos.
JUEZ: No obstante, la Corte falló a favor del matrimonio, no viendo motivo que pudiera impedir legalmente que se consumara esta unión. De todos los cargos que se presentaron contra Schumann sólo se admitió el de su afición a la bebida, y hasta donde yo sé, no es esta una práctica que no haya entusiasmado por igual a otros grandes compositores, como Mozart o Beethoven.
WIECK: Convendrá conmigo en que las vidas conyugales de estos dos maestros no fueron ejemplares. Y la evidencia reconoce que la de Clara tampoco. Tan pronto se hubo consumado el matrimonio su actividad pianística se resintió; unas veces escribe "Adiós al virtuosismo", otras veces se queja "No practico al piano todo lo que debería, siempre sucede lo mismo cuando Robert está componiendo, ¡en todo el día no me queda ni una sola hora libre para mí!"; y otras reflexiona de esta forma "En tiempos yo pensaba que tenía talento creativo, pero he abandonado esa idea; una mujer no debe aspirar a componer, ninguna lo ha logrado jamás". También el propio Schumann dejó testimonio de su incompetencia, [lee en un texto]: "Clara ha compuesto una serie de piezas breves de una ternura y una inventiva musicales que nunca había alcanzado, pero tener hijos y un esposo que vive siempre en el reino de la imaginación no es compatible con la composición; no puede dedicarse a ella de manera regular".
JUEZ: Sin embargo no hay indicios de que su hija abandonara el piano. Es sabido que impartía clases a diario, practicaba, reducía partituras orquestales y editaba incluso las obras de Chopin. Que la vida marital no fuera brillante según su propia concepción no presupone que debiera usted oponerse.
WIECK: Estoy al tanto de la actividad concertística de Clara. Se conservaron mil trescientos programas numerados. Pero estos solo reproducen su carácter interpretativo; en el fondo son el testimonio de la grandeza de otros compositores cuya música no dejó nunca de interpretarse. Pero no dan fe de su propio talento creativo, pues el catálogo de su obra no supera la Opus 23.
JUEZ: La obra de Clara Schumann se catalogó entre los años 1828 y 1853. Estas fechas son más o menos coincidentes con las del matrimonio y la muerte del compositor, de donde me doy a entender que el período más creativo de Clara comprende aquel que compartió con Robert. Clara le sobrevivió cuarenta años, y no volvió a componer, ¿qué impedimento podría tener entonces para dedicarse a la composición?
WIECK:
A mediados del siglo XIX la figura del compositor intérprete se fue
diluyendo con la pérdida de hegemonía del piano en favor de la orquesta.
Clara no podia permitirse los escasos ingresos producidos por
composiciones nuevas. Así que se decidió por la interpretación de obras
bien establecidas, entre ellas las de Robert. Dicho de otra manera, fue
gracias a mis enseñanzas que Clara pudo ganarse la vida durante los
cuarenta años que le sobrevivió, lo que me hace en cierto modo
responsable, incluso, de que la obra de Schumann perdurase.
JUEZ: Wieck, he escuchado y sopesado con cautela todas sus reivindicaciones, y en verdad que me siento confuso, pues no encuentro indicios que me inclinen a recomendar su condenación eterna. Todo parece indicar que sus actos, exagerados o no, tenían una justificación innegable. La rígida educación pianística, que hemos disculpado en los padres de Mozart y Beethoven, la encuentro, en todo caso, tolerable y adecuada, toda vez que fue un instrumento para la conservación de grandes obras de la música, y para que una mujer sirviera como ejemplo en las conservadoras sociedades europeas del siglo XIX. Por otro lado, su férrea oposición al matrimonio con Schumann no deja de ser una majadería; es cierto que padecía una notable enfermedad mental, pero también lo es que sus disputas no hicieron sino agravarlas. Y en cuanto a la vida marital, ¿cabe culpar al personaje de manera individual por una conducta generalizada en toda una sociedad?
WIECK: Ignoro, y a decir verdad poco me importa, si se culpa o se disculpa el carácter de Robert Schumann. No voy a decir ahora que el hombre me gustaba, pero tampoco negaré que amaba su música o que hice todos los esfuerzos por reconciliarme con él. Se juzgan aquí mis actos, no los suyos, y aún ahora no espero que se me disculpe, sino que se me comprenda. No obstante, es justo que se me conceda al menos la gracia de atravesar la puerta celestial, pues en todo caso yo seguí siendo recordado como un miserable y Clara como una compositora mediana. Por cada uno que supo apreciar su obra hubo diez que afirmaron reconcoer en ella la influencia de Schumann. Y aún a él se le disculparán todos sus actos bajo la atenuante de un trastorno. ¿Qué menos, pues, que llamarme a mí también entre los benditos?
JUEZ: [tras una brevísima deliberación] No le falta razón, Friedrich Wieck, por ello he decidido, concederle la gracia de atravesar el gran umbral y acceder a la salvación eterna. No se le condena por ningún pecado grave, ni se aprecia en su conducta un comportamiento impropio de la naturaleza humana. Le declaro inocente y le permito atravesar la Gran Puerta, pues se lo ha merecido justamente.
[Wieck hace una sincera reverencia y se retira por la Gran Puerta, escoltado por un séquito de ángeles]
JUEZ: No obstante, la Corte falló a favor del matrimonio, no viendo motivo que pudiera impedir legalmente que se consumara esta unión. De todos los cargos que se presentaron contra Schumann sólo se admitió el de su afición a la bebida, y hasta donde yo sé, no es esta una práctica que no haya entusiasmado por igual a otros grandes compositores, como Mozart o Beethoven.
WIECK: Convendrá conmigo en que las vidas conyugales de estos dos maestros no fueron ejemplares. Y la evidencia reconoce que la de Clara tampoco. Tan pronto se hubo consumado el matrimonio su actividad pianística se resintió; unas veces escribe "Adiós al virtuosismo", otras veces se queja "No practico al piano todo lo que debería, siempre sucede lo mismo cuando Robert está componiendo, ¡en todo el día no me queda ni una sola hora libre para mí!"; y otras reflexiona de esta forma "En tiempos yo pensaba que tenía talento creativo, pero he abandonado esa idea; una mujer no debe aspirar a componer, ninguna lo ha logrado jamás". También el propio Schumann dejó testimonio de su incompetencia, [lee en un texto]: "Clara ha compuesto una serie de piezas breves de una ternura y una inventiva musicales que nunca había alcanzado, pero tener hijos y un esposo que vive siempre en el reino de la imaginación no es compatible con la composición; no puede dedicarse a ella de manera regular".
JUEZ: Sin embargo no hay indicios de que su hija abandonara el piano. Es sabido que impartía clases a diario, practicaba, reducía partituras orquestales y editaba incluso las obras de Chopin. Que la vida marital no fuera brillante según su propia concepción no presupone que debiera usted oponerse.
WIECK: Estoy al tanto de la actividad concertística de Clara. Se conservaron mil trescientos programas numerados. Pero estos solo reproducen su carácter interpretativo; en el fondo son el testimonio de la grandeza de otros compositores cuya música no dejó nunca de interpretarse. Pero no dan fe de su propio talento creativo, pues el catálogo de su obra no supera la Opus 23.
JUEZ: La obra de Clara Schumann se catalogó entre los años 1828 y 1853. Estas fechas son más o menos coincidentes con las del matrimonio y la muerte del compositor, de donde me doy a entender que el período más creativo de Clara comprende aquel que compartió con Robert. Clara le sobrevivió cuarenta años, y no volvió a componer, ¿qué impedimento podría tener entonces para dedicarse a la composición?
JUEZ: Wieck, he escuchado y sopesado con cautela todas sus reivindicaciones, y en verdad que me siento confuso, pues no encuentro indicios que me inclinen a recomendar su condenación eterna. Todo parece indicar que sus actos, exagerados o no, tenían una justificación innegable. La rígida educación pianística, que hemos disculpado en los padres de Mozart y Beethoven, la encuentro, en todo caso, tolerable y adecuada, toda vez que fue un instrumento para la conservación de grandes obras de la música, y para que una mujer sirviera como ejemplo en las conservadoras sociedades europeas del siglo XIX. Por otro lado, su férrea oposición al matrimonio con Schumann no deja de ser una majadería; es cierto que padecía una notable enfermedad mental, pero también lo es que sus disputas no hicieron sino agravarlas. Y en cuanto a la vida marital, ¿cabe culpar al personaje de manera individual por una conducta generalizada en toda una sociedad?
WIECK: Ignoro, y a decir verdad poco me importa, si se culpa o se disculpa el carácter de Robert Schumann. No voy a decir ahora que el hombre me gustaba, pero tampoco negaré que amaba su música o que hice todos los esfuerzos por reconciliarme con él. Se juzgan aquí mis actos, no los suyos, y aún ahora no espero que se me disculpe, sino que se me comprenda. No obstante, es justo que se me conceda al menos la gracia de atravesar la puerta celestial, pues en todo caso yo seguí siendo recordado como un miserable y Clara como una compositora mediana. Por cada uno que supo apreciar su obra hubo diez que afirmaron reconcoer en ella la influencia de Schumann. Y aún a él se le disculparán todos sus actos bajo la atenuante de un trastorno. ¿Qué menos, pues, que llamarme a mí también entre los benditos?
JUEZ: [tras una brevísima deliberación] No le falta razón, Friedrich Wieck, por ello he decidido, concederle la gracia de atravesar el gran umbral y acceder a la salvación eterna. No se le condena por ningún pecado grave, ni se aprecia en su conducta un comportamiento impropio de la naturaleza humana. Le declaro inocente y le permito atravesar la Gran Puerta, pues se lo ha merecido justamente.
[Wieck hace una sincera reverencia y se retira por la Gran Puerta, escoltado por un séquito de ángeles]
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