No sé si
todos los pianistas han roto tantas cuerdas como yo. Alguno habrá, seguro, al
que no se le haya roto ninguna, pero a mí se me han roto muchas durante mi relación
con el piano. En treinta años sentado ante el instrumento he tenido tiempo y
ocasión de romper no solo cuerdas, sino teclas y martillos; alguna vez,
incluso, han saltado por los aires los encajes del pedal de resonancia, y si no
he roto los otros dos es simplemente porque los uso menos.
Todos ellos
son elementos vitales del piano, pero me interesan menos que las cuerdas. Después
de todo, las cuerdas unen, y cada vez que rompo una es como si me alejase del
piano, como si me desligara de él violentamente. ¿Sabéis qué se siente al
romper una cuerda? Cuando rompes una cuerda se oye con toda claridad el lamento
del piano, es un sonido seco, negro y puntiagudo y con un rechinar de dientes
que se presenta sobre un lienzo en negro, como esos fondos barrocos de santos sufrientes;
y si en el momento del trauma estás involucrado en la música que produces, si
estás emocionalmente conectado al instrumento, entonces percibes ese lamento
como tuyo, y puede llegar a dolerte con mucha intensidad.
Nunca he
tenido una sensación molesta al romper un martillo, desgarrar una tecla o
desencajar un pedal. También he destruido partituras. Hace tiempo, sujeto a las
presiones de un examen o de un recital, desbordado por una dificultad técnica
para la que no tenía ni la experiencia ni la inteligencia necesaria, arrugaba
ferozmente las partituras, las convertía en pelotas de papel y las arrojaba por
la habitación… creo que por algún lugar conservo todavía un ejemplar
fotocopiado de la Totentanz de Liszt que luce en alguna página las huellas negras
de mis pisotones. Pero siempre me pareció que estos accesos se debían a una
técnica ineficaz, y la técnica siempre se puede mejorar, o depurar.
Las cuerdas,
en cambio, son otra cosa, porque no siempre se rompen por una mala técnica. A veces
sí, lo admito; pero otras veces todo depende de diversos factores que no siempre
se encuentran bajo el control del intérprete. Alguna vez he roto alguna cuerda
siguiendo el devenir de una obra, tirando con tanta intensidad del abanico
expresivo que esta cedía ante tanta potencia, y se rompía: tal vez no sea
siempre bueno profundizar demasiado, por más que el compositor te lo exija
claramente en la partitura, pero, por otro lado, si no profundizas y no te arriesgas
a que se rompa una cuerda no alcanzas a ver lo que esa obra puede llegar a ofrecerte.
Otras veces, y para mi sorpresa, se me han roto cuerdas que cedieron a una
mínima fricción con el martillo, derivada de un ataque delicado y tenue.
Hay veces en
que romper una cuerda ha tenido consecuencias nefastas para otras personas. Espero
que mi amigo Ernesto me haya perdonado que le rompiera un fa sostenido al piano
en que iba a presentar su examen de fin de carrera… es irremediable que a veces
te encuentres con un piano roto, y que tengas que esforzarte por sacar lo mejor
de él sin perjudicarte demasiado a ti mismo. Por eso mismo nunca me pareció aquel
episodio demasiado trascendente. Uno debe saber qué es lo que le ofrece cada
piano, y decidir si quiere adaptarse a él o no; después de todo, mi amigo tenía
otros pianos disponibles en la sala. Encuentro mucho peor romper una cuerda que
otros pianistas han dejado entera, pero maltrecha y dolorida por el uso, o por
el mal uso: con esas cuerdas da un poco igual lo que hagas, porque se terminarán
por romper.
El caso, a
lo que iba, es que yo he roto muchas cuerdas y siempre me he sentido mal por ello,
pero también, a veces, aliviado y liberado. Supongo que es bueno reconocer que
no siempre se puede lidiar con el nivel técnico y emocional que te exigen
algunas partituras, y romper las cuerdas es un acto simbólico de emancipación, de renuncia o de adaptación.
Pero a mí esto no me ha pasado nunca: siempre se me han roto las cuerdas en las
obras con las que sentía mayor conexión, las que más disfrutaba y mejor
entendía; y por ello me ocurre que romper una cuerda me provoca malestar, dolor
y, sobre todo, mucha tristeza.
Yo
sentía hoy la necesidad de romper una cuerda.