[En la Gran Sala de la Audiencia del Juicio Final. Entran el séquito de
Ángeles y Salieri. Entra el Juez y toma asiento en el Gran Trono Blanco. El
Juez toma el Gran Libro de la Vida y busca detenidamente el capítulo de las obras de Salieri; lee con mucha atención y de cuando en cuando levanta las cejas ante las noticias de sus
acciones. Al término de su lectura cierra el libro lentamente, pero con
severidad, y evalúa al procesado unos segundos antes de
interpelarle]
JUEZ: Señor Salieri, estoy sobrecogido por la magnitud de tu obra. Son pocos los
compositores que, aun compartiendo contigo la gracia de una vida larga, han
sido capaces de producir semejante catálogo. ¡Cerca de cuarenta óperas! Y además Oratorios y Cantatas Sagradas, cinco Misas, dos Réquiems… obras de iglesia que serán tenidas en cuenta a tu favor al pronunciarme sobre la legitimidad
de tus acciones. Entonces te llamaré junto a
los bendecidos o te arrojaré al Lago
de Fuego donde te consumirás
eternamente por los pecados que se te atribuyen. Porque has de saber que pesa
sobre ti las más terrible de las acusaciones, el
asesinato. Sí, muchos sostienen que envenenaste a
Mozart causándole la muerte, luego de haber manipulado
a su entorno para tu propio beneficio, y de haber intentado apoderarte de la
autoría de su Réquiem. ¿Qué tienes
que aportar en tu defensa?
SALIERI: Que no
son más que invenciones propagadas por el
ideario exagerado del Romanticismo, Excelencia: unas publicaciones
alemanas que sostenían que yo había confesado haber envenenado a Mozart, atormentado por la culpa. Nunca
aceptaron los alemanes que un italiano fuera el preferido de sus Emperadores. A
los pocos años de mi fallecimiento, Pushkin se
apoderó de la leyenda y compuso una
insignificante obra de teatro, Mozart y
Salieri, en la que me presenta como un compositor
mediocre que envenena al joven prodigio por simple envidia. Esta pequeña
tragedia fue reprobada por la crítica,
que acusó al autor de tergiversar la evidencia
histórica. Muchos críticos se preguntaron si existía
realmente alguna prueba que avalase la tesis del envenenamiento.
JUEZ: Pero
son muchos los que afirman haberte oído decir
que envenenaste a Mozart en un rapto de locura, señor Salieri. Según publicó el periodista Johann Schich en febrero de 1824 “los niños y los locos siempre dicen la verdad,
así que se puede apostar cien contra uno
que las confesiones de Salieri se corresponden con la realidad”.
SALIERI:
Siempre se ha sabido que el loco afirma y sostiene no estar loco, de donde el
loco empieza ya mintiendo desde su propia naturaleza. Y aún aceptando la dudosa afirmación de
este cronista, ¿habría entonces que creer a todos los dementes que en un momento u otro de la
historia han afirmado ser Napoleón o
mensajeros de Dios?
No tiene fundamento condenarme al Fuego Eterno en base a
unos chismes propagados por aires inciertos. Ninguna acusación aporta pruebas científicas que
avalen el envenenamiento. La viuda Constanza escribió que Mozart aseguraba haber sido envenenado con Aqua Toffana, pero diversos
investigadores descartaron esta posibilidad. Permítame aportar como prueba exculpatoria el trabajo del Dr. Orlando Mejía “La
historia clínica de Wolfang
Amadeus Mozart” (Salieri saca de una carpeta el artículo científico y lee en voz alta): Desde el punto de vista clínico es improbable que, en efecto, él hubiese recibido el Aqua Toffana. Esta
poción estaba formada
por plomo arsénico y cimbalaria.
Su sintomatología consistía en (…) la presencia de una neuropatía periférica y un
deterioro mental progresivo, que no son compatibles con la evolución de la patología de Wolfang Amadeus. El doctor concluye afirmando que, desde el punto de vista histórico y médico, se puede sustentar que Wolfang Amadeus no fue envenenado por el Aqua
Toffana ni otros metales pesados, ni por otras sustancias venenosas que
estuviesen disponibles en la Viena de finales del siglo XVIII.
Además,
Leopold Mozart, obsesionado con la idea de ingeniar una enorme biografía para su hijo, tomó nota detallada
de cada enfermedad y cada dolencia que padeció el compositor, de suerte que llegaron a contarse alrededor de 160 diagnósticos clínicos todos ellos sin duda agravados por
su temperamento volátil, su
desequilibrada vida marital y su amor por los licores. Yo, en cambio, me
mantuve siempre lejos de los vicios (sólo sentí una ligera inclinación por
los pasteles), y llevé una vida
familiar sin tacha. A mis cuatro hijos legué todos mis bienes, que fueron abundantes. ¿Qué legó Mozart a los suyos?
FIN DE LA ESCENA PRIMERA. ENLACE A LA ESCENA II