El sol comparte
con los demás símbolos la atribución de un componente dual, dos caras, por decirlo de otro modo. Unas veces muestra su elemento creativo y luminoso, y otras su lado oscuro y destructivo: es el germen de la idea que yace oculta o el verdugo de su portador, cuando persiste en una ilimitada codicia. La Pintura se ha
beneficiado a menudo de esta simbología recurriendo, por ejemplo, a las representaciones del mito de Faetón o del vuelo de Ícaro. Y también la Música la ha empleado como fundamento de distintas composiciones programáticas, y tal vez con mayor acierto cuando retrata, por ejemplo, su relación con el tiempo.
Su significado más obvio como nacimiento y muerte lo trazó el danés Carl Nielsen (1865-1931) en su Obertura “Helios” de 1904, registrando su travesía desde el alba hasta el ocaso en el marco incomparable del mar Egeo. “Silencio y penumbra”, indica la partitura, “el Sol se eleva en un alegre canto de alabanza y
describe su dorado camino para ocultarse plácidamente en el mar”. Por su parte, el norteamericano Ferde Grofé
(1892-1972) se nutrió de sus periplos como
pianista itinerante por las tierras de Arizona para escribir la Suite del Gran
Cañón, entre cuyos movimientos destacan
Sunrise y Sunset, que pintan, respectivamente, el amanecer y el ocaso en el
extraordinario enclave.
Los citados mitos
de Faetón e Ícaro, ambos ilustrados por Ovidio en “Las Metamorfisis”, comparten el leitmotiv del hijo que desatiende
los consejos paternos y que se conduce, por ello, a un trágico final; Faetón, por guiar, inexperto, los carros
del Sol, e Ícaro por volar muy cerca de éste. En ellos se ha visto la derrota propiciada por un padre indulgente, al
permitir a su prole asumir tareas para las que aún no está preparada. Es un arquetipo demasiado poderoso para ser
eludido por el arte. Lully (1632-1687) compuso la tragedia lírica “Phaeton” en 1682. Con ella pretendía mostrar los castigos que aguardaban a quien
osara proclamarse tan alto como el sol (no parece una casualidad que Lully, músico de la corte, compusiera esta obra bajo el
mandato de Luis XIV, el Rey Sol). Otras musas guiaron al austríaco Carl Ditters von Dittersdorf (1739-1799). Entusiasmado
por el poema de Ovidio, compuso un ciclo de sinfonías sobre Las Metamorfosis. En él conviven los mitos de creación y las hazañas de los héroes clásicos, Perseo, Andrómeda y, por supuesto, Faetón, cuya caída se corresponde con la segunda sinfonía.
Pero si existe un
modelo de actualización del mito en el destino
de un ser humano, ése habremos de hallarlo
en L’envol d’Icare, del ucraniano Igor Markevitch (1912-1983). Se ha dicho que esta es la composición en que Markevitch se sintió más reflejado. En
su autobiografía afirma: “cada destino es una vivencia de algún mito en que el espíritu humano encuentra identificación y significado (...) encontré en el mito de Icaro uno de los significados más dramáticos que conozco: la llegada consumida por el fuego". Dédalo e Ícaro abandonan Creta usando un ingenio de plumas
uncidas con cera. Pero Dédalo advierte antes de
emprender el vuelo: “Recuerda, hijo, has de
moverte a una altura intermedia, para que la humedad no haga pesadas tus plumas
si tu vuelo es bajo, y para que el sol no las abrase, si es demasiado alto”. Markevitch no apuntaba demasiado alto cuando
compuso esta obra a los veinte años, proseguía, más bien, el lógico devenir de una brillante carrera de compositor...
Destacan en esta obra su orquestación, su polirritmia, su politonalidad, y
su peculiar afinación por cuartos de tono. Había de marcar un punto de inflexión en la evolución de la Música, decía Darius Milhaud. Pero fue
en sí mismo donde L’envol d’Icare marcó ese punto de inflexión, pues vino a suponer su mayor reconocimiento cuando
el desarrollo de su juventud pugnaba con su madurez creativa. De nuevo su autobiografía nos ilustra con una comprensión del mito en que el hombre “sólo alcanza su objetivo
al asumir que sus alas no podrán sostenerlo por más tiempo”. Aquí se hace Markevitch
contemporáneo del mito, al
revalorizar a nivel profano el comportamiento sagrado de sus personajes. No sorprende entonces que los episodios más inspirados de su obra
sean el vuelo y la muerte del héroe, a la vista de su
propia biografía. Escuchemos a continuación esta sorprendente obra de Igor Markevitch, compositor que desarrolló también una brillante carrera como
director de orquesta. Parte de esta carrera de director, por cierto, la desarrolló en Madrid durante 1965, año en que fue Director fundador y titular de la Orquesta Sinfónica de Radio Televisión Española.
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