A juzgar por el Gargantúa de Rabelais, bien podrían aplicarse a su lectura los asiduos de la botella, que por sus páginas peregrinan los bebedores, y el autor no oculta detalle alguno de sus tropelías. Todo un capítulo lo dedica a sus coloquios durante un festejo, con un preámbulo perfilado por un baile al son de los flautines y de las cornamusas; tanto se divierten los borrachos "que era un celestial recreo verlos retozar de tal manera". No podemos transcribir al completo la algazara de los juerguistas, pero me permitiré al menos destacar alguna de las reflexiones que entre ellos acontecen: "quien nada siente al beber, bebe en balde" dice uno, "los gorriones sólo comen cuando les dan golpecitos en la cola y yo sólo bebo cuando me va en gana" afirma el otro, "Argos tenía cien ojos para ver," explica un erudito "el escanciador ha de tener cien manos, como Briaereo, para verter sin descanso". Muchas de estas ocurrenccias habrán de divertir a todos los lectores, pero los músicos señalarán, sin duda, la de aquel borracho enajenado, amante de la música, que exclama alegremente: "Cantemos, bebamos. Entonemos un Motete".
Ya dijo Freud que un artista es un ser oprimido por instintos poderosos que carece de recursos para actualizarlos, y por esta razón, al igual que cualquier otro hombre insatisfecho, se evade de la realidad y se refugia en la fantasía, de donde extrae un material profundo y elevado. Se entiende el alcohol como un medio sagaz para acceder a este material fantástico. No son pocos los compositores que, abusando del alcohol, al tiempo han elevado su creatividad y menoscabado su salud. Conocemos el ejemplo de Mozart, los excesos de Mussorgsky, las aficiones de Schumann; pero tal vez sea el caso de Sibelius el más dramático, que por sofocar el temblor de sus manos le fue prescrito el consumo de alcohol, provocando con ello una de las adicciones más duraderas y terribles. Pero no seguiremos la senda luctuosa...
Que el vino, las tabernas y la música se encuentran estrechamente vinculados no es sorpresa para nadie. Ya desde los tiempos remotos de los Carmina Burana se ensalzaron con alegría las bondades de la buena mesa y del buen vino. Este manuscrito medieval que recoge poemas de diversas regiones -Francia, Inglaterra, Suiza, Escocia, Cataluña, Castilla... todos estos pueblos sumidos en un ideario común-, textos líricos de carácter mayoritariamente secular, es en gran parte obra de los así llamados Goliardos, una suerte de clérigos transeúntes de vida más o menos disipada. "Parece que se trata de unos clérigos perdidos" afirma René Clemencic "de temperamento inestable; se sabe que vivían al límite: bebiendo, jugando, holgazaneando, y que eran además muy dados a las orgías y a la prostitución". Visión distinta de los Goliardos, y también un punto más morigerada, tiene el estudioso J. G. Messerschmidt, que los define como universitarios itinerantes, y atribuye su trashumancia a varios motivos: el deseo de estudiar en otras universidades, la búsqueda de un empleo, y el gusto por la vida libertina y desordenada.
Donde también existe cierta controversia es en la etimología de su peculiar nombre. Algunos autores sostienen que el término "Goliardo" proviene de "Gula", y esto parece acertado dados los hábitos poco moderados de los poetas. Otros asumen que la palabra hay que relacionarla con el mítico "Goliath", el gigante demoniaco muy presto a incordiar la vida de los israelitas. En su edición a los textos profanos empleados con posterioridad por Carl Orff, se pregunta Judith Lynn las razones por las que estos monjes y universitarios abandonaron su confortable solaz en los claustros y en las aulas, para mudarse a una vida de peligros, excesos y sinsabores. "Las canciones de los Goliardos hablan de su desilusión con el mundo" sostiene la autora "(...) los monjes escuchaban sermones que proclamaban la pobreza y las buenas acciones, pero luego observaban cómo con dinero se compraban puestos elevados en la Iglesia".
Con todo, la enjundia de los Carmina Burana se encuentra en su alusión continua al juego y a la bebida, en sus ácidas mofas sobre la vida de los religiosos, y en el encumbramiento del amor carnal, que en algunos casos, según afirma el experto Richard Hoppin, alcanza grados de "incomparable obscenidad". Hoy nos interesa destacar las alabanzas a Baco y a los buenos caldos. Así invocan los Goliardos al Dios del vino: "Bacche, bene venies gratus et optatus, por quem noster animus fit letificatus" (Baco, bienvenido eres, grato y esperado, por quien nuestra alma se alegra). Otros asuntos de igual sustancia dirimen los Goliardos en las ventas del camino y en las tabernas apestosas: "In taberna quando sumus, non curamus, quid sit humus" (Cuando estamos en la taberna nos despreocupamos del mundo).
Naturalmente las tabernas y el alcohol no son atribuciones exclusivas de los Carmina Burana, estos extraordinarios poemas medievales. A lo largo y ancho de la Historia de la Música las alusiones al vino y a sus efectos abundan sobremanera. Las encontramos en la vida de los compositores -muy buen amigo del vino era el padre de Beethoven- y en el contenido de sus propias obras. Detenernos en todas, y aún citarlas, nos obligaría a extendernos demasiado: Bartok en sus composiciones para niños, Mahler en la Canción de la Tierra, Alban Berg en su lied "Der Wein", el citado Beethoven en su compendio de tonadillas irlandesas y escocesas...; y los grandes personajes de las mejores óperas, ahí tenemmos a Hamlet con su sabia reflexión "El vino disipa la tristeza", o las tragedia que se desarrollan, bañadas en vino y alcohol, en las historia de Salomé y de Porgy and Bess.
Concluyamos, pues, escuchando una versión de los Carmina Burana mencionados, y con una surtida lista de reproducción que alberga algunas composiciones dedicadas al vino, pero antes escuchemos a Robert Schumann, que quiere darle a los pianistas un provechoso consejo: "Mantened un pulso estricto mientras toquéis: las ejecuciones de muchos virtuosos se parecen al andar de un beodo: tales personas no han de ser nunca tomadas como ejemplo".
Que el vino, las tabernas y la música se encuentran estrechamente vinculados no es sorpresa para nadie. Ya desde los tiempos remotos de los Carmina Burana se ensalzaron con alegría las bondades de la buena mesa y del buen vino. Este manuscrito medieval que recoge poemas de diversas regiones -Francia, Inglaterra, Suiza, Escocia, Cataluña, Castilla... todos estos pueblos sumidos en un ideario común-, textos líricos de carácter mayoritariamente secular, es en gran parte obra de los así llamados Goliardos, una suerte de clérigos transeúntes de vida más o menos disipada. "Parece que se trata de unos clérigos perdidos" afirma René Clemencic "de temperamento inestable; se sabe que vivían al límite: bebiendo, jugando, holgazaneando, y que eran además muy dados a las orgías y a la prostitución". Visión distinta de los Goliardos, y también un punto más morigerada, tiene el estudioso J. G. Messerschmidt, que los define como universitarios itinerantes, y atribuye su trashumancia a varios motivos: el deseo de estudiar en otras universidades, la búsqueda de un empleo, y el gusto por la vida libertina y desordenada.
Donde también existe cierta controversia es en la etimología de su peculiar nombre. Algunos autores sostienen que el término "Goliardo" proviene de "Gula", y esto parece acertado dados los hábitos poco moderados de los poetas. Otros asumen que la palabra hay que relacionarla con el mítico "Goliath", el gigante demoniaco muy presto a incordiar la vida de los israelitas. En su edición a los textos profanos empleados con posterioridad por Carl Orff, se pregunta Judith Lynn las razones por las que estos monjes y universitarios abandonaron su confortable solaz en los claustros y en las aulas, para mudarse a una vida de peligros, excesos y sinsabores. "Las canciones de los Goliardos hablan de su desilusión con el mundo" sostiene la autora "(...) los monjes escuchaban sermones que proclamaban la pobreza y las buenas acciones, pero luego observaban cómo con dinero se compraban puestos elevados en la Iglesia".
Con todo, la enjundia de los Carmina Burana se encuentra en su alusión continua al juego y a la bebida, en sus ácidas mofas sobre la vida de los religiosos, y en el encumbramiento del amor carnal, que en algunos casos, según afirma el experto Richard Hoppin, alcanza grados de "incomparable obscenidad". Hoy nos interesa destacar las alabanzas a Baco y a los buenos caldos. Así invocan los Goliardos al Dios del vino: "Bacche, bene venies gratus et optatus, por quem noster animus fit letificatus" (Baco, bienvenido eres, grato y esperado, por quien nuestra alma se alegra). Otros asuntos de igual sustancia dirimen los Goliardos en las ventas del camino y en las tabernas apestosas: "In taberna quando sumus, non curamus, quid sit humus" (Cuando estamos en la taberna nos despreocupamos del mundo).
Naturalmente las tabernas y el alcohol no son atribuciones exclusivas de los Carmina Burana, estos extraordinarios poemas medievales. A lo largo y ancho de la Historia de la Música las alusiones al vino y a sus efectos abundan sobremanera. Las encontramos en la vida de los compositores -muy buen amigo del vino era el padre de Beethoven- y en el contenido de sus propias obras. Detenernos en todas, y aún citarlas, nos obligaría a extendernos demasiado: Bartok en sus composiciones para niños, Mahler en la Canción de la Tierra, Alban Berg en su lied "Der Wein", el citado Beethoven en su compendio de tonadillas irlandesas y escocesas...; y los grandes personajes de las mejores óperas, ahí tenemmos a Hamlet con su sabia reflexión "El vino disipa la tristeza", o las tragedia que se desarrollan, bañadas en vino y alcohol, en las historia de Salomé y de Porgy and Bess.
Concluyamos, pues, escuchando una versión de los Carmina Burana mencionados, y con una surtida lista de reproducción que alberga algunas composiciones dedicadas al vino, pero antes escuchemos a Robert Schumann, que quiere darle a los pianistas un provechoso consejo: "Mantened un pulso estricto mientras toquéis: las ejecuciones de muchos virtuosos se parecen al andar de un beodo: tales personas no han de ser nunca tomadas como ejemplo".