Un poco tarde, tal vez, de lo que podría esperarse de alguien asiduo al cine clásico, veo por fin "Los Pájaros", y me quedo indiferente ante dos asuntos que no alcanzo a comprender: la insípida interpretación de Tippy Hedren y la notable estima que tienen los cinéfilos por esta singular película. Nadie nos explica por qué motivo hemos de identificarnos con un personaje tan aséptico como el de la señorita Daniels, ni qué extraño razonamiento impulsa a los pajarillos a montar un alboroto semejante. Pero indagando un poco encuentro que este último problema viene quebrando la cabeza de los cinéfilos desde que la cinta se proyectó por primera vez en 1963. Desde entonces muchos han sido los teóricos, psiquiatras y ornitólogos que han aportado su particular explicación del entuerto, sin lograr nunca una solución satisfactoria. No pretendamos, de momento, añadir nuestras conjeturas a las de estos grandes estudiosos, pero persigamos, al menos, el uso de los pájaros como elemento programático en la Música Clásica, por gracia de ver a dónde nos conduce.
Ante todo hay que señalar que el de los pájaros, muy por encima de los otros sonidos de la Naturaleza, ha sido estudiado como fuente originaria de la Música. Algunos sabios sostienen que la Música se desarrolló entre las culturas primitivas al ser imitados por los humanos los graznidos, los silbidos y los trinos de las aves. Pero esta es una conjetura que ha sido rechazada por dos motivos, tal cosa dice Anthony Storr en "La Música y la Mente"; de un lado, la inexistencia de tales imitaciones en otras culturas que actualmente podrían decirse primitivas; y de otro, la evidente dificultad que entraña para el humano imitar el sonido de los pájaros, ya sea con su propia voz o con la ayuda de instrumentos (y cita como ejemplo a Liszt, de quien dice haber empleado medios ingenuos para imitar al piano los trinos de los pájaros). Y como advertencia a quienes se deleitan con el canto de los pájaros en los bosques y montañas, sépase que los pájaros no cantan por placer sino, entre otras cosas, para alertar a los otros machos de su presencia en el entorno. El eminente antropólogo Claude Levy-Strauss zanja la cuestión afirmando que el canto de los pájaros no puede ser el origen de la Música, y así despacha el tema, al no considerar útil el pararse a explicar algo tan obvio.
Sin embargo no podemos abandonar tan bruscamente el asunto de la imitación aviar, pues entraña un problema más profundo aún que el del origen de la Música, un problema místico que vino a impregnar -y no por casualidad- a dos de los compositores más vinculados con la llamada religiosa, Liszt y Messiaen, y que en sus obras dotaron a los pájaros de grandes connotaciones metafísicas. Para seguir este camino hemos de obviar otras distinciones musicales de los pájaros: aquéllas en que el compositor se empeña en un ejercicio de virtuosismo instrumental, a fin de imitar su canto de la manera más sorprendente y llamativa; y ésas que se distinguen en el Barroco instrumental francés, las llamadas Piezas ilustrativas y de carácter, que tienen por función imitar al clavecín estados de ánimo o figuras pintorescas, entre las cuales se encuentra el graciosillo pájaro cucú.
Para comprender la importancia de los pájaros y de la imitación de su canto tenemos que remontarnos al tiempo mítico en que el hombre vivía regocijado en el paraíso. Sabemos que la situación paradisíaca concluye con la "caída", con la expulsión de ese paraíso. Con ella se pierden la esponteneidad, la inmortalidad, la conexión directa con los dioses, y la amistad con los animales y el conocimiento de su lenguaje secreto. Por eso las experiencias extáticas en que el alma abandona el cuerpo y regresa al paraíso incluyen la llamada a los espíritus animales y el diálogo con ellos en su propia lengua. De ahí que los elegidos de las culturas primitivas se esfuercen en imitar el canto y la apariencia de los pájaros, pues lo mismo se puede ascender al cielo a través de un árbol cósmico que por medio de un ave. Algunas mitologías sustituyen este vuelo por la construcción de ingenierías plumíferas, y es el caso del conocido mito de Dédalo e Ícaro, a cuyo vuelo frustrado dedicó el compositor Igor Markevitch su poema sinfónico más célebre "L'envol d'Icare". Aquí los tenemos en este lienzo de Charles Le Brun.
Ante todo hay que señalar que el de los pájaros, muy por encima de los otros sonidos de la Naturaleza, ha sido estudiado como fuente originaria de la Música. Algunos sabios sostienen que la Música se desarrolló entre las culturas primitivas al ser imitados por los humanos los graznidos, los silbidos y los trinos de las aves. Pero esta es una conjetura que ha sido rechazada por dos motivos, tal cosa dice Anthony Storr en "La Música y la Mente"; de un lado, la inexistencia de tales imitaciones en otras culturas que actualmente podrían decirse primitivas; y de otro, la evidente dificultad que entraña para el humano imitar el sonido de los pájaros, ya sea con su propia voz o con la ayuda de instrumentos (y cita como ejemplo a Liszt, de quien dice haber empleado medios ingenuos para imitar al piano los trinos de los pájaros). Y como advertencia a quienes se deleitan con el canto de los pájaros en los bosques y montañas, sépase que los pájaros no cantan por placer sino, entre otras cosas, para alertar a los otros machos de su presencia en el entorno. El eminente antropólogo Claude Levy-Strauss zanja la cuestión afirmando que el canto de los pájaros no puede ser el origen de la Música, y así despacha el tema, al no considerar útil el pararse a explicar algo tan obvio.
Sin embargo no podemos abandonar tan bruscamente el asunto de la imitación aviar, pues entraña un problema más profundo aún que el del origen de la Música, un problema místico que vino a impregnar -y no por casualidad- a dos de los compositores más vinculados con la llamada religiosa, Liszt y Messiaen, y que en sus obras dotaron a los pájaros de grandes connotaciones metafísicas. Para seguir este camino hemos de obviar otras distinciones musicales de los pájaros: aquéllas en que el compositor se empeña en un ejercicio de virtuosismo instrumental, a fin de imitar su canto de la manera más sorprendente y llamativa; y ésas que se distinguen en el Barroco instrumental francés, las llamadas Piezas ilustrativas y de carácter, que tienen por función imitar al clavecín estados de ánimo o figuras pintorescas, entre las cuales se encuentra el graciosillo pájaro cucú.
Para comprender la importancia de los pájaros y de la imitación de su canto tenemos que remontarnos al tiempo mítico en que el hombre vivía regocijado en el paraíso. Sabemos que la situación paradisíaca concluye con la "caída", con la expulsión de ese paraíso. Con ella se pierden la esponteneidad, la inmortalidad, la conexión directa con los dioses, y la amistad con los animales y el conocimiento de su lenguaje secreto. Por eso las experiencias extáticas en que el alma abandona el cuerpo y regresa al paraíso incluyen la llamada a los espíritus animales y el diálogo con ellos en su propia lengua. De ahí que los elegidos de las culturas primitivas se esfuercen en imitar el canto y la apariencia de los pájaros, pues lo mismo se puede ascender al cielo a través de un árbol cósmico que por medio de un ave. Algunas mitologías sustituyen este vuelo por la construcción de ingenierías plumíferas, y es el caso del conocido mito de Dédalo e Ícaro, a cuyo vuelo frustrado dedicó el compositor Igor Markevitch su poema sinfónico más célebre "L'envol d'Icare". Aquí los tenemos en este lienzo de Charles Le Brun.
Parecen estas razones más apropiadas para justificar la imitación de los pájaros; no tanto para recrear sus aptitudes musicales, cuanto para ganarse su amistad y conseguir de ellos la revelación de ciertos secretos, que se conviertan en espíritus auxiliares del proceso extático. Esto se justifica en el hecho de que los animales, y especialmente las aves, están dotados de un alto simbolismo religioso, así lo afirma el erudito Mircea Eliade en su compendio sobre "Mitos, Sueños y Misterios": "los animales están cargados de un simbolismo y una mitología muy importantes para la vida religiosa, por eso, hablar con los animales equivale a apropiarse una vida espiritual más rica que la del común de los mortales: la amistad con los animales y el conocimiento de su lengua representan un síndrome paradisíaco pues formaba parte de la condición primordial; además conocen los secretos de la vida y la naturaleza, la longevidad y la inmortalidad (...) la experiencia vital de esta amistad con los animales le proyecta fuera de la condición general de la humanidad caída".
Bien lo sabía el Liszt longevo que había abrazado las órdenes menores, y que en su última etapa se cuidó de reconciliarse con Dios ofreciendo un catalogo surtido de obras religiosas -citemos sus grandes Oratorios, el Réquiem o el Via Crucis-, entre las que es obligado mencionar sus dos Leyendas para piano, que representan distintos estadios en la vida mística de San Francisco de Asís: San Francisco caminando sobre las aguas y La Predicación a los Pájaros. Destaquemos ahora esta última en que el compositor se guía del ejemplo de San Francisco, que restablece la conexión primordial a través de la amistad con las aves. Este es el primer paso de la experiencia mística, tras él se encuentran la ascensión al cielo y el reencuentro con Dios.Otros logros de gran trascendencia en este ámbito se los debemos a Messiaen, pero por su amplitud y dificultad emplazaremos su experiencia para otra ocasión... quedémonos, entretanto, con la música de Liszt, y aportemos, ahora que vamos pertrechados de conocimientos, nuestra humilde explicación al conflicto de la película citada: las aves, que ostentan la potestad mitológica de guiarnos de vuelta al paraíso primordial y que nos reconcilian con lo divino, nos atacan, nos devoran y destruyen en un ejercicio virulento de eliminación espiritual.
Pero dejemos las elucubraciones cinéfilas para los críticos de cine y escuchemos al pianista Leslie Howard interpretar la obra de Liszt: