Pero con permiso y sin menoscabo de Nino Rota, es justo reconocer en algunas secuencias la superioridad de otros grandes de la música italiana, pues así ocurre en la escena final de la Parte III, en que acontece una matanza enmarcada por la Cavallería Rusticana de Mascagni. La obra se representa en la Casa de la Ópera de Sicilia, y muestra una velada pródiga en asesinatos y asechanzas. Y no digo más, por no desvelar el entuerto a aquéllos que aún no han visto la película. Digamos tan solo que el verdadero estreno de la ópera, en el Teatro Constanza de Roma, fue un éxito rotundo, sin más violencia que la que se desarrolla en el libreto.
Otros estrenos, en cambio, fueron sonados no sólo por la subversión estilística que sus obras produjeron en el devenir de la Historia de la Música, sino por la controversia que suscitaron entre el público y entre los críticos. El de La Consagración de la Primavera en París es, sin duda, uno de los más exagerados, seguido de cerca, tal vez, por el de la 1ª Sinfonía de Cámara de Schönberg, o por el de su primer Cuarteto de Cuerda.
Resulta sorprendente a los auditores actuales, tan susceptibles a las toses y a los gruñidos de nuestro público, el comportamiento de quienes asistieron al estreno de La Consagración en el Teatro de los Campos Elíseos, el 29 de mayo de 1913. Cauta de entrada, la audiencia guardó silencio durante los primeros compases, pero cuando las disonancias y las polirritmias conquistaron la sala, se abandonó a una suerte de silbidos y abucheos. Pronto se convirtió el teatro en un campo de batalla entre el público conservador y los paladines de una revolución musical. Alex Ross apunta un recuerdo de Gertrude Stein, según el cual un alterado atacó a un entusiasta en la cabeza con un bastón, y le dejó el sombrero maltrecho y aplastado. Mas si por algo destaca la humanidad es por su impredecible comportamiento y así, tras pocas representaciones los chillidos se tornaron en aplausos, los abucheos en ovaciones, y los quebrantos en abrazos. El lector esforzado podrá reconocer al compositor Stravinsky, autor de la Consagración, en este cuadro de Albert Gleizes.
Los músicos de la Segunda Escuela de Viena no se ganaron con tanta rapidez los oídos de su público. Arnold Schönberg hubo de sufrir las carcajadas de la audiencia ante una interpretación de su Primer Cuarteto de Cuerda, y mayores y más feroces abucheos pocos días después al presentar su Primera Sinfonía de Cámara. No corrió mejor suerte el estreno de su Segundo Cuarteto, pues en mitad de la representación se elevaron las voces de dos críticos, el uno exigiendo la interrupción del concierto y el otro aprobando su continuidad. Pero tal vez sea Alban Berg, discípulo del anterior, quien sufrió el mayor desorden como consecuencia de una de sus canciones, cuyo comienzo exige de los vientos que hagan sonar las doce notas a la vez. Aturdidos por semejante disonancia, los asistentes arremetieron los unos contra los otros y se propagaron las risas, los puñetazos y el griterío, hasta que la policía intervino y disolvió la barahúnda.
Pero si acaso ha existido en la Historia un estreno violento no ha sido por consecuencia de las disonancias, sino de la política, y tuvo por causante a Joseph Haydn, y bien a su pesar, pues no le movía otro interés que el de provocar a sus vecinos consuelo y alegría. La tragedia ocurrió la noche de Navidad del año 1800, en París. Napoleón y Josefina se dirigen al estreno de "La Creación". Gran admirador de la música de Haydn, el terrible corso cuenta los minutos que le separan del gran evento, felizmente arrellanado en su carruaje. Pero presa de la excitación, aviva el brío de su cochero y le ordena azuzar a sus caballos. Quienes por aleccionar a los presurosos invocan aquellas famosas palabras "Vísteme despacio que tengo prisa", tal vez ignoran que fueron las prisas quienes salvaron la vida de Napoleón, pues en la Rue de Saint Nicaise habían preparado los realistas la famosa Máquina Infernal, un carro cargado de explosivos que vino a estallar poco después de que el suyo pasara por ahí. Napoleón salió intacto del atentado y pudo presenciar el Oratorio de Haydn; mientras tanto más de cincuenta cuerpos reposaban desmembrados en la calle.
La excelente biografía de Joseph Fouché, a la sazón Ministro de Policía de Napoleón, escrita por Stefan Zweig, narra este episodio con detalle, y a ella remito al lector que desee conocer el desenlace de la consecuente investigación. Y concluyamos en un tono diferente, con una historia poco conocida, que muestra una vez más la admiración de Napoleón hacia el padre Haydn. Se dice que mientras el músico agonizaba en su casa de Viena Napoleón ordenó a unos húsares que velaran y protegieran sus últimas horas, y el oficial, que resultó ser un esforzado tenor, tuvo a bien cantar el aria de La Creación "Mitt Würd und Hoheit", cuya melodía, de ser cierta la historieta, fue lo último que oyó Haydn antes de morir...
1.- y lo primero que oiremos nosotros a continuación: 2.- la canción de Alban Berg que provocó tanto alboroto:
3.- otra canción de Alban Berg:
4.- en el estreno de este Cuarteto de Cuerdas de Schönberg la gente se lo pasó bien:
5.- Schönberg, Sinfonía de Cámara op. 9:
6.- No podía faltar el inicio de la Consagración de la Primavera:
7.- El concierto para trombón de Nino Rota, con la ORTVE y Ximo Vicedo:
8.- y la propina, Elegy for a mippy, de Leonard Bersntein:
Otros estrenos, en cambio, fueron sonados no sólo por la subversión estilística que sus obras produjeron en el devenir de la Historia de la Música, sino por la controversia que suscitaron entre el público y entre los críticos. El de La Consagración de la Primavera en París es, sin duda, uno de los más exagerados, seguido de cerca, tal vez, por el de la 1ª Sinfonía de Cámara de Schönberg, o por el de su primer Cuarteto de Cuerda.
Resulta sorprendente a los auditores actuales, tan susceptibles a las toses y a los gruñidos de nuestro público, el comportamiento de quienes asistieron al estreno de La Consagración en el Teatro de los Campos Elíseos, el 29 de mayo de 1913. Cauta de entrada, la audiencia guardó silencio durante los primeros compases, pero cuando las disonancias y las polirritmias conquistaron la sala, se abandonó a una suerte de silbidos y abucheos. Pronto se convirtió el teatro en un campo de batalla entre el público conservador y los paladines de una revolución musical. Alex Ross apunta un recuerdo de Gertrude Stein, según el cual un alterado atacó a un entusiasta en la cabeza con un bastón, y le dejó el sombrero maltrecho y aplastado. Mas si por algo destaca la humanidad es por su impredecible comportamiento y así, tras pocas representaciones los chillidos se tornaron en aplausos, los abucheos en ovaciones, y los quebrantos en abrazos. El lector esforzado podrá reconocer al compositor Stravinsky, autor de la Consagración, en este cuadro de Albert Gleizes.
Los músicos de la Segunda Escuela de Viena no se ganaron con tanta rapidez los oídos de su público. Arnold Schönberg hubo de sufrir las carcajadas de la audiencia ante una interpretación de su Primer Cuarteto de Cuerda, y mayores y más feroces abucheos pocos días después al presentar su Primera Sinfonía de Cámara. No corrió mejor suerte el estreno de su Segundo Cuarteto, pues en mitad de la representación se elevaron las voces de dos críticos, el uno exigiendo la interrupción del concierto y el otro aprobando su continuidad. Pero tal vez sea Alban Berg, discípulo del anterior, quien sufrió el mayor desorden como consecuencia de una de sus canciones, cuyo comienzo exige de los vientos que hagan sonar las doce notas a la vez. Aturdidos por semejante disonancia, los asistentes arremetieron los unos contra los otros y se propagaron las risas, los puñetazos y el griterío, hasta que la policía intervino y disolvió la barahúnda.
Pero si acaso ha existido en la Historia un estreno violento no ha sido por consecuencia de las disonancias, sino de la política, y tuvo por causante a Joseph Haydn, y bien a su pesar, pues no le movía otro interés que el de provocar a sus vecinos consuelo y alegría. La tragedia ocurrió la noche de Navidad del año 1800, en París. Napoleón y Josefina se dirigen al estreno de "La Creación". Gran admirador de la música de Haydn, el terrible corso cuenta los minutos que le separan del gran evento, felizmente arrellanado en su carruaje. Pero presa de la excitación, aviva el brío de su cochero y le ordena azuzar a sus caballos. Quienes por aleccionar a los presurosos invocan aquellas famosas palabras "Vísteme despacio que tengo prisa", tal vez ignoran que fueron las prisas quienes salvaron la vida de Napoleón, pues en la Rue de Saint Nicaise habían preparado los realistas la famosa Máquina Infernal, un carro cargado de explosivos que vino a estallar poco después de que el suyo pasara por ahí. Napoleón salió intacto del atentado y pudo presenciar el Oratorio de Haydn; mientras tanto más de cincuenta cuerpos reposaban desmembrados en la calle.
La excelente biografía de Joseph Fouché, a la sazón Ministro de Policía de Napoleón, escrita por Stefan Zweig, narra este episodio con detalle, y a ella remito al lector que desee conocer el desenlace de la consecuente investigación. Y concluyamos en un tono diferente, con una historia poco conocida, que muestra una vez más la admiración de Napoleón hacia el padre Haydn. Se dice que mientras el músico agonizaba en su casa de Viena Napoleón ordenó a unos húsares que velaran y protegieran sus últimas horas, y el oficial, que resultó ser un esforzado tenor, tuvo a bien cantar el aria de La Creación "Mitt Würd und Hoheit", cuya melodía, de ser cierta la historieta, fue lo último que oyó Haydn antes de morir...
1.- y lo primero que oiremos nosotros a continuación: 2.- la canción de Alban Berg que provocó tanto alboroto:
3.- otra canción de Alban Berg:
4.- en el estreno de este Cuarteto de Cuerdas de Schönberg la gente se lo pasó bien:
5.- Schönberg, Sinfonía de Cámara op. 9:
6.- No podía faltar el inicio de la Consagración de la Primavera:
7.- El concierto para trombón de Nino Rota, con la ORTVE y Ximo Vicedo:
8.- y la propina, Elegy for a mippy, de Leonard Bersntein: