De entre las atracciones más sugerentes para los asiduos de la pintura en Madrid ha destacado, sin duda, la organizada por el Museo del Prado, con obras prestadas del Hermitage. Bien lo saben los que se han acercado a las puertas del museo y han querido formar interminable cola, amagando empujones, sorteando atropellos y combatiendo el frío. Así, envuelta en un caos desmedido, una franca pleamar se ha dado cita en el edificio de los Jerónimos para contemplar, cosa única, los cuadros cedidos por el museo ruso. El Hermitage contiene innumerables tesoros, entre los cuales se encuentran la Madonna Benois de Leonardo, la Judith de Giorgione, maravillas de Rembrandt, Van Dyck. Pero no ha de hacerse uno la ilusión de contemplar en la muestra estas grandezas de la cultura universal, pues no habrá de hallar, entonces, otra cosa que decepción y malestar. Y es que, por alguna razón, el Museo del Prado se ha contentado con las piezas menos representativas y notables de la alta pinacoteca: salas enteras provistas de pinturas curiosas, pero intrascendentes, de los propios salones del Hermitage, cuadros insulsos de perros sarnosos...
Pero la visita es obligatoria para los interesados del arte, toda vez que no le es dada a la mayoría la oportunidad de desplazarse con frecuencia a San Petersburgo. Oportunidad única, pues, para contemplar obras distinguidas como el Tañedor de Laúd o la Bebedora de Absenta. Pero entre estas ruidosas joyas se destacan aisladas, un tanto dejadas del público general, tres piezas que llaman poderosamente la atención, pues en esencia no son otra cosa que Música pura, Música compuesta con pinceles y colores, cuadros cantantes de cuyos trazos pueden extraerse más lineas melódicas y más armonías que del laúd del Caravaggio. Se trata de un Autorretrato del bielorruso Chaim Soutine; uno de los famosos Cuadrados Negros de Malevich; y una Escena Pastoril, de François Boucher, pintura que encabeza esta entrada, y sobre la que disertaremos en esta ocasión, emplazando para otra las demás.
Gustaba mucho el pintor galante de representar escenas campesinas enmarcadas en diversos recodos de la naturaleza, y sus personajes, amparados o alentados por el sutil escenario, se dedicaban a emprender voluptuosas aventuras, un tanto embriagados con el resbaladizo fruto de Baco. No se oculta en las obras de Boucher la clara influencia de las escenas campestres de Rubens. Piénsese en la Kermesse o en La Danza de Aldeanos, en cuyos lienzos se distribuyen arrebatadoras escenas de borrachos, fornicadores, juegos y danzas festivas. Una de estas danzas folclóricas (popularizada en la misma época de Boucher) es el Landler, muy presente en las obras de los compositores clásicos, y especialmente en la de Beethoven. Su principal característica reside en su compás ternario, representante una vez más del movimiento circular; y no es casualidad que se emplee un compás ternario en música, y el círculo en pintura, para representar la naturaleza, pues en ella no ha de encontrarse jamás una sola línea recta.
El cuadro de escenas pastoriles se corresponde en música con la forma musical llamada Pastoral, que tiene por norma la evocación de escenas y costumbres de los pastores. Así lo mismo representan el próspero amanecer en la naturaleza o los amoríos más inocentes de los jóvenes pastores, que aterradoras tormentas y brutales forcejeos amatorios, consecuencia de la exaltación de las condiciones naturales. En este sentido hay que resaltar la extraordinaria Sinfonía Pastoral de Beethoven Op.68. Como es propio de este compositor, también le correspondió romper los moldes clásicos con esta Sinfonía, ya que la Sinfonía tradicional se compone de cuatro movimientos, pero el cuatro es un número demasiado cuadrado, demasiado recto, no resulta adecuado para ilustrar a la naturaleza; así que Beethoven compone una Sinfonía de cinco movimientos, y a cada uno de ellos le aplica un título pintoresco. De esta Sinfonía, no obstante estar compuesta para Orquesta, realizó Liszt una transcripción para piano, que incluyo a continuación para conocimiento de los interesados, y para asombro de los pianistas:
Pero el tema pastoril no es una invención moderna que se deba atribuir al genio creativo de nuestra época. Es a los griegos de la cultura clásica, pioneros en todas las ramas, a quienes debemos las aventuras de los pastores, por gracia de las así llamadas "Novelas Pastoriles". No fue el más antiguo de sus inventos, sino el último, y se desarrolló entre los siglos I y III d.C. Se trata de historias de amor entre dos pastores adolescentes que pugnan contra las fuerzas adversas que amenazan la solidez de su unión. Poco interesados los griegos en la perdurabilidad de sus acciones, no sorprende que sólo podamos contar en la actualidad con cinco de estas novelas. Sus títulos adoptan el nombre de sus protagonistas: Quéreas y Calírroe; Antía y Habrócomes; Leucipa y Clitofonte; Teágenes y Cariclea; y la más conocida por los músicos, el Dafnis y Cloe, escrita por Longo, y que sirvió a Ravel como escenario y argumento de su lograda "Symphonie chorégraphique", estrenada en el Teatro de Châtelet, el 8 de junio de 1912. Escuchemos de esta obra el representativo solo de flauta.
¿Pero por qué razón la flauta cobra un valor tan importante en la música evocadora de los pastores? Para responder a esta pregunta hemos de echar mano de la Mitología. En la Mitología griega, Pan es una antigua deidad de Arcadia, divinidad de los montes y de los pastos, que muestra un desagradable aspecto semicabrío, y que persigue lúbrico, pertinaz y majadero, a toda ninfa que se cruza en su camino. Le llamó la atención una ninfa de los bosques de Nonacris llamada Siringe, y a ésta la persiguió incansable a través de los bosques sombríos hasta que las aguas del río Ladón le cortaron el paso y culminaron con la feroz carrera. Sabiendo que su virginidad estaba próxima a perderse suplicó a las ninfas del río que la transformaran "de forma que Pan, cuando ya creía estrechar a Siringe, tenía entre sus brazos , en vez del cuerpo de la ninfa una mata de cañas palustres; al suspirar el dios sobre ellas el aire produjo al atravesarlas un suave sonido, parecido a un lamento. Cautivado por este nuevo invento y por la dulzura del son, el dios había dicho '¡Esta será mi forma de hablar contigo!'; y así, el instrumento hecho de cañas desiguales unidas con cera conservó el nombre de la muchacha". (Ovidio, "Metamorfosis", Austral pg. 100).
He aquí el origen de la Siringa, también llamada flauta de Pan, y la razón por la cual la flauta es el instrumento propio del pastoreo, por cuanto también lo es del dios que lo protege. Y los compositores no han sido ajenos a este particularidad. De entre los compositores más implicados con el conocimiento de los mitos antiguos y de las extrañas geografías destaca, indudablemente, Debussy, que compuso al menos dos obras características de los pastores: The little shepherd, una pieza para piano en la que con poco esfuerzo se aprecia cómo se pretende imitar el sonido de la flauta de pan; y Syrinx, una breve composición para flauta, cuyo título habla por sí mismo. Y con esta obra maestra para flauta terminamos, no sin antes sugerir al lector asiduo del metro, que si acaso un día le interrumpe la lectura o el pensamiento un individuo armado con una flauta de Pan, piense que tal vez se trate de un dios afligido y despechado que, no teniendo mayor consuelo que su flauta, espera conseguir de ella, al menos, un triste óbolo para la cena.
Pero la visita es obligatoria para los interesados del arte, toda vez que no le es dada a la mayoría la oportunidad de desplazarse con frecuencia a San Petersburgo. Oportunidad única, pues, para contemplar obras distinguidas como el Tañedor de Laúd o la Bebedora de Absenta. Pero entre estas ruidosas joyas se destacan aisladas, un tanto dejadas del público general, tres piezas que llaman poderosamente la atención, pues en esencia no son otra cosa que Música pura, Música compuesta con pinceles y colores, cuadros cantantes de cuyos trazos pueden extraerse más lineas melódicas y más armonías que del laúd del Caravaggio. Se trata de un Autorretrato del bielorruso Chaim Soutine; uno de los famosos Cuadrados Negros de Malevich; y una Escena Pastoril, de François Boucher, pintura que encabeza esta entrada, y sobre la que disertaremos en esta ocasión, emplazando para otra las demás.
Gustaba mucho el pintor galante de representar escenas campesinas enmarcadas en diversos recodos de la naturaleza, y sus personajes, amparados o alentados por el sutil escenario, se dedicaban a emprender voluptuosas aventuras, un tanto embriagados con el resbaladizo fruto de Baco. No se oculta en las obras de Boucher la clara influencia de las escenas campestres de Rubens. Piénsese en la Kermesse o en La Danza de Aldeanos, en cuyos lienzos se distribuyen arrebatadoras escenas de borrachos, fornicadores, juegos y danzas festivas. Una de estas danzas folclóricas (popularizada en la misma época de Boucher) es el Landler, muy presente en las obras de los compositores clásicos, y especialmente en la de Beethoven. Su principal característica reside en su compás ternario, representante una vez más del movimiento circular; y no es casualidad que se emplee un compás ternario en música, y el círculo en pintura, para representar la naturaleza, pues en ella no ha de encontrarse jamás una sola línea recta.
El cuadro de escenas pastoriles se corresponde en música con la forma musical llamada Pastoral, que tiene por norma la evocación de escenas y costumbres de los pastores. Así lo mismo representan el próspero amanecer en la naturaleza o los amoríos más inocentes de los jóvenes pastores, que aterradoras tormentas y brutales forcejeos amatorios, consecuencia de la exaltación de las condiciones naturales. En este sentido hay que resaltar la extraordinaria Sinfonía Pastoral de Beethoven Op.68. Como es propio de este compositor, también le correspondió romper los moldes clásicos con esta Sinfonía, ya que la Sinfonía tradicional se compone de cuatro movimientos, pero el cuatro es un número demasiado cuadrado, demasiado recto, no resulta adecuado para ilustrar a la naturaleza; así que Beethoven compone una Sinfonía de cinco movimientos, y a cada uno de ellos le aplica un título pintoresco. De esta Sinfonía, no obstante estar compuesta para Orquesta, realizó Liszt una transcripción para piano, que incluyo a continuación para conocimiento de los interesados, y para asombro de los pianistas:
Pero el tema pastoril no es una invención moderna que se deba atribuir al genio creativo de nuestra época. Es a los griegos de la cultura clásica, pioneros en todas las ramas, a quienes debemos las aventuras de los pastores, por gracia de las así llamadas "Novelas Pastoriles". No fue el más antiguo de sus inventos, sino el último, y se desarrolló entre los siglos I y III d.C. Se trata de historias de amor entre dos pastores adolescentes que pugnan contra las fuerzas adversas que amenazan la solidez de su unión. Poco interesados los griegos en la perdurabilidad de sus acciones, no sorprende que sólo podamos contar en la actualidad con cinco de estas novelas. Sus títulos adoptan el nombre de sus protagonistas: Quéreas y Calírroe; Antía y Habrócomes; Leucipa y Clitofonte; Teágenes y Cariclea; y la más conocida por los músicos, el Dafnis y Cloe, escrita por Longo, y que sirvió a Ravel como escenario y argumento de su lograda "Symphonie chorégraphique", estrenada en el Teatro de Châtelet, el 8 de junio de 1912. Escuchemos de esta obra el representativo solo de flauta.
¿Pero por qué razón la flauta cobra un valor tan importante en la música evocadora de los pastores? Para responder a esta pregunta hemos de echar mano de la Mitología. En la Mitología griega, Pan es una antigua deidad de Arcadia, divinidad de los montes y de los pastos, que muestra un desagradable aspecto semicabrío, y que persigue lúbrico, pertinaz y majadero, a toda ninfa que se cruza en su camino. Le llamó la atención una ninfa de los bosques de Nonacris llamada Siringe, y a ésta la persiguió incansable a través de los bosques sombríos hasta que las aguas del río Ladón le cortaron el paso y culminaron con la feroz carrera. Sabiendo que su virginidad estaba próxima a perderse suplicó a las ninfas del río que la transformaran "de forma que Pan, cuando ya creía estrechar a Siringe, tenía entre sus brazos , en vez del cuerpo de la ninfa una mata de cañas palustres; al suspirar el dios sobre ellas el aire produjo al atravesarlas un suave sonido, parecido a un lamento. Cautivado por este nuevo invento y por la dulzura del son, el dios había dicho '¡Esta será mi forma de hablar contigo!'; y así, el instrumento hecho de cañas desiguales unidas con cera conservó el nombre de la muchacha". (Ovidio, "Metamorfosis", Austral pg. 100).
He aquí el origen de la Siringa, también llamada flauta de Pan, y la razón por la cual la flauta es el instrumento propio del pastoreo, por cuanto también lo es del dios que lo protege. Y los compositores no han sido ajenos a este particularidad. De entre los compositores más implicados con el conocimiento de los mitos antiguos y de las extrañas geografías destaca, indudablemente, Debussy, que compuso al menos dos obras características de los pastores: The little shepherd, una pieza para piano en la que con poco esfuerzo se aprecia cómo se pretende imitar el sonido de la flauta de pan; y Syrinx, una breve composición para flauta, cuyo título habla por sí mismo. Y con esta obra maestra para flauta terminamos, no sin antes sugerir al lector asiduo del metro, que si acaso un día le interrumpe la lectura o el pensamiento un individuo armado con una flauta de Pan, piense que tal vez se trate de un dios afligido y despechado que, no teniendo mayor consuelo que su flauta, espera conseguir de ella, al menos, un triste óbolo para la cena.