No escasean las islas, desde luego, en el ideario de los compositores. En alguna ocasión destacamos la terrible isla de los muertos de Rachmaninov, sugerida por el homónimo cuadro de Arnold Bocklin. A ella conduce en su balsa el barquero Caronte a través de la laguna Estigia a los muertos que, cumplido el pago, se disponen a pasar la eternidad en el Hades. Isla muy distinta imaginó Debussy al contemplar el "Embarque para Citerea" de Watteau, la isla de la alegría atribuida a la diosa Venus, donde los vientos la depositaron tras su nacimiento en el mar. De ahí tomó la inspiración para su "L'isle joyeuse", compleja partitura para piano de cuyas dificultades técnicas protestaba el propio compositor. Al abrigo de la literatura y del arte, y aún de la mitología, plasmó Debussy en sus pentagramas las historias más variopintas y los parajes más apartados. Infatigable viajero, supo absorber de las culturas aquéllas impresiones dignas de anotarse en música. Otras, en cambio, las imaginó, y de ahí sus propias palabras: "Quand on a pas le moyen de se payer des voyages, il faut suppleér par l'imagination".
La primera vez que Debussy se internó en los misterios de la Alhambra fue al componer su obra para dos pianos "Lindaraja", en 1901, tras contemplar algunos grabados del mirador en una revista ilustrada. Allí encontró Debussy elementos tan característicos de su música, flores, patios, fuentes y, por supuesto, el agua. Pero también la leyenda encuentra cabida en la imaginación romántica del músico. Lindaraja, la dueña del jardín que lleva su nombre, fue una doncella mora hija del alcaide de Málaga. Se cuenta que el alcaide dio asilo al imprudente Mohamed "el Zurdo" cuando éste perdió el poder. Por gratitud, recuperado el trono e instalado nuevamente en la Alhambra, regaló a su hija un aposento anexo a este jardín y promovió su matrimonio con el joven Nasur, descendiente de Aben Hud, apodado "el Justo".
Debussy regresó a la Alhambra poco más de una década después, y se detuvo en admirar los contrastes de "La Puerta del Vino". Una vez más, halló la inspiración en la imagen impresa de una postal que Manuel de Falla le envió desde el bullicioso enclave. La respuesta a esta postal no es sólo el conocido preludio, sino una agradecida carta a Falla, fechada el 3 de enero de 1910, en la que escribe lo siguiente: “Ha halagado mi gusto por las imágenes hermosas (...) ya sabe cuánto amo, desafortunadamente sin conocerlo, su país”. En todo caso -si hemos de seguir las indicaciones del estudioso y amigo de Debussy, Robert Schmitz-, la música no representa la arquitectura de la puerta en sí misma, sino la turbulenta vida de la plaza que la rodea donde conviven las alborotadas fiestas del vino con el barullo de los borrachos, la cadencia de las canciones flamencas con las voces de los muleros; y de fondo, el obstinado pero vago ritmo de habanera. Esta barahúnda se resuelve en la indicación que el compositor incluye al inicio de la obra: "con la oposición repentina de extrema violencia y apasionada dulzura".
Impregnada asimismo del ritmo de habanera imaginó Debussy una tarde en Granada. En efecto, el segundo número de sus "Estampes" para piano pretende representar una vez más el bullicio propio de esta ciudad, tal como es percibido por el compositor según las noticias de sus amigos españoles. En "La Soirée dans Grenade" nos topamos con el desordenado puzzle de una puesta de sol en la ciudad andaluza, y aún nos parece percibir el tintineo de las campanillas plateadas que llevan los burros enanos, los ecos de las melodías lánguidas y sinuosas de la herencia árabe. No es una casualidad que esta obra fuera estrenada por Ricardo Viñes, como tampoco lo es que, años más tarde, al querer homenajear al músico francés, tomara prestado Falla el tema principal de esta obra para componer una "Tombeau" para guitarra.
Hemos citado la sentencia de Debussy que recomienda suplir con la imaginación la imposibilidad de pagarse un viaje; es justo, pues, concluir con la que emitió Manuel de Falla al ser preguntado por la agudeza de esta imaginación: "El poder de la evocación presente en estas pocas páginas pugna con el milagro cuando uno comprende que esta música está compuesta por un extranjero, únicamente guiado por la visión de su genialidad; ni un solo compás está tomado del folclore español, y pese a ello, toda la obra representa admirablemente a España, hasta en sus últimos detalles".
Escuchemos a continuación cómo imaginaron Granada Debussy y sus compositores afines.
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