La ampliación de la cobertura móvil al mundo soterrado ha supuesto para mí una auténtica tortura. En una ciudad como Madrid donde se vive al límite del tiempo, el suburbano representaba uno de los pocos lugares donde se podía leer y meditar con cierta tranquilidad. Naturalmente nunca de manera continuada, ya que son frecuentes las irrupciones musicales de los buscavidas. Pertrechados con sus deshechos instrumentos, los músicos de los vagones amenizan el trayecto con sus variopintas canciones populares. Por alguna razón el cancionero popular se ha visto drásticamente reducido a "El Choclo"y a "El cóndor pasa" . En los últimos meses ha aparecido un individuo malencarado, que pasa por húngaro y aporrea una incomprensible canción al címbalo. El último fichaje del metro de Madrid es un muchacho extravertido con aires de filósofo y sombrero negro, que da discursos sobre lo horrible que es la vida, el calor que hace y la poca "guita" que tenemos; y para hacernos la vida un poco más llevadera se desgarra las cuerdas vocales cantando un "blues". Obviamente, la vida no es fácil para nadie.
No obstante, el metro y sus músicos, e incluso sus pedigüeños, se complementan. Da igual en qué metro se esté, Madrid, París, New York; su condición sine qua non es la existencia de sus músicos. Pero el teléfono no lo es. Si ya era toda una proeza soportar al usuario de turno escuchar su música a través de su móvil (¿para qué usar auriculares?), aun mayor suplicio es escuchar las conversaciones que cada cual sostiene con sus afines. Sólo una vez una conversación telefónica ocurrida a mi lado me llamó la atención por lo dramático de su contenido.
Se trataba de una chica a quien su novio, por lo que pude deducir, la estaba abandonando via móvil, práctica que según la vox populi se tiene por rastrera. Con todo, fue una conversación corta pero intensa; hubo reproches, incomprensión, malentendidos, momentos de calma...pero la decisión estaba tomada, esta vez era el fin. Me faltó tiempo, pues ya estaba cerca de mi estación, para saber más sobre este asunto. Sin embargo me vino a la mente una ópera que había escuchado hacía años en el Teatro Pérez Galdós, en la que una mujer también era abandonada por su amante a través del teléfono, aunque en este caso el drama era más elevado. Se trata de "La voix humaine", de Francis Poulenc.
"La voz humana" es una ópera en un acto compuesta en 1951, a raíz del monólogo del mismo nombre de Jean Cocteau. Tanto el mónologo como la ópera (que sigue el libreto original con una fidelidad encomiable) se desarrollan en un solo acto y en un único escenario. Una mujer se encuentra en su dormitorio, desesperada ante la idea de que su amante la ha abandonado. Cuando se dispone a dejar la habitación el hombre la telefonea. Al principio la mujer se muestra equilibrada, pero a medida que la conversación se acerca al fin y presiente la ruptura definitiva, se deja llevar por los sentimientos, sugiriendo incluso la idea del suicidio.
Dos son, al menos, los grandes logros de esta obra. De un lado, el texto original nos obliga a situarnos ante una sola perspectiva de la conversación, dado que el discurso es motivado por las palabras que no oímos; y de otro, la profundidad psicológica de la orquestación de Poulenc, ya que el tratamiento de la voz está sujeto en gran parte al estilo declamatorio. El teléfono adquiere un extraordinario valor simbólico, pues la mujer lo identifica como una mediación en la charla ("Este hilo es lo único que me une a ti"), como un símbolo de la relación, como una arma mortífera (al final enrolla el hilo telefónico en su cuello); cuando la conversación concluye se aferra al teléfono y lo arroja violentamente al suelo. También representa la irrevocabilidad de la ruptura; según la mujer: "Antes nos veíamos, y podíamos olvidar promesas, aventurar lo imposible, convencernos con abrazos, besos.... una mirada podía cambiar las cosas. Pero con este aparato, lo que ha terminado, terminado está". Se trata de una obra en la que subyace en todo momento una visión, por así decirlo, fatalista; en efecto, la acción dramática carece de sentido, ya que el destino de esta mujer está prefigurado, la decisión está tomada y la conclusión resulta inevitable.
Menudo drama. Jean Cocteau escribió "La voz humana" en 1929 al tiempo que recibía tratamiento por su adicción al opio. El monólogo fue estrenado en 1930 el la "Comédie Française", con la actriz Berthe Bovy en el papel de la mujer abandonada; pero no fue hasta 1951 que no colabaró con Poulenc para convertirlo en una ópera. Los lazos entre Cocteau y el grupo de los seis ya se habían forjado en colaboraciones como las de "Les Mariés de la Tour Eiffel" de 1921, obra conjunta en la que Poulenc incluyo "El discurso del General". Antes de la "Voix" Poulenc había puesto música a varios escritos de Cocteau, es el caso de "Toréador", una canción de 1918, y otros tres poemas integrantes de una colección llamada "Cocardes". Tras "La voz humana" volvieron a colaborar para "La Dama de Montecarlo", de 1962, así como para "Renard et Armide".
Poulenc se ambicionó con la adaptación musical del monólogo a través de un tal Hervé Dugardin, que a la sazón disfrutaba del puesto de director de la oficina de la casa Ricordi, en París. La opción que le propuso para interpretar a la despechada fue María Callas, pero Poulenc se negó a otorgar un papel dramático tan importante a alguien que -según su criterio- careciera de habilidades para la interpretación. Esa es la razón por la que escogió a la que consideraba su musa, a Denise Duval, con quien ya había trabajado en "Dialogues des carmelites". Tan pronto la música iba quedando en el papel se la enviaba Poulenc y así, tas cuatro meses de intenso trabajo la adaptación estuvo concluida y lista para su estreno.
Dada la universalidad del despecho, y la extraordinaria calidad del monólogo de Cocteau (incluyo los datos en la bibliografía), "La voz huamana" ha sido objeto de numerosas adaptaciones. De entre ellas hay que destacar las de Liv Ullmann e Ingrid Bergman para la televisión; y la de Anna Magnani para una colección de pequeños dramas llamada "L'amore", dirigida por Roberto Rossellini.
A continuación presento algunas versiones, entre las que se encuentra, por supuesto, la de Denise Duval. Esta no contiene subtítulos, por lo que he incluido antes otra versión subtitulada.
1º) la versión subtitulada de Renata Scotto"La voz humana" es una ópera en un acto compuesta en 1951, a raíz del monólogo del mismo nombre de Jean Cocteau. Tanto el mónologo como la ópera (que sigue el libreto original con una fidelidad encomiable) se desarrollan en un solo acto y en un único escenario. Una mujer se encuentra en su dormitorio, desesperada ante la idea de que su amante la ha abandonado. Cuando se dispone a dejar la habitación el hombre la telefonea. Al principio la mujer se muestra equilibrada, pero a medida que la conversación se acerca al fin y presiente la ruptura definitiva, se deja llevar por los sentimientos, sugiriendo incluso la idea del suicidio.
Dos son, al menos, los grandes logros de esta obra. De un lado, el texto original nos obliga a situarnos ante una sola perspectiva de la conversación, dado que el discurso es motivado por las palabras que no oímos; y de otro, la profundidad psicológica de la orquestación de Poulenc, ya que el tratamiento de la voz está sujeto en gran parte al estilo declamatorio. El teléfono adquiere un extraordinario valor simbólico, pues la mujer lo identifica como una mediación en la charla ("Este hilo es lo único que me une a ti"), como un símbolo de la relación, como una arma mortífera (al final enrolla el hilo telefónico en su cuello); cuando la conversación concluye se aferra al teléfono y lo arroja violentamente al suelo. También representa la irrevocabilidad de la ruptura; según la mujer: "Antes nos veíamos, y podíamos olvidar promesas, aventurar lo imposible, convencernos con abrazos, besos.... una mirada podía cambiar las cosas. Pero con este aparato, lo que ha terminado, terminado está". Se trata de una obra en la que subyace en todo momento una visión, por así decirlo, fatalista; en efecto, la acción dramática carece de sentido, ya que el destino de esta mujer está prefigurado, la decisión está tomada y la conclusión resulta inevitable.
Menudo drama. Jean Cocteau escribió "La voz humana" en 1929 al tiempo que recibía tratamiento por su adicción al opio. El monólogo fue estrenado en 1930 el la "Comédie Française", con la actriz Berthe Bovy en el papel de la mujer abandonada; pero no fue hasta 1951 que no colabaró con Poulenc para convertirlo en una ópera. Los lazos entre Cocteau y el grupo de los seis ya se habían forjado en colaboraciones como las de "Les Mariés de la Tour Eiffel" de 1921, obra conjunta en la que Poulenc incluyo "El discurso del General". Antes de la "Voix" Poulenc había puesto música a varios escritos de Cocteau, es el caso de "Toréador", una canción de 1918, y otros tres poemas integrantes de una colección llamada "Cocardes". Tras "La voz humana" volvieron a colaborar para "La Dama de Montecarlo", de 1962, así como para "Renard et Armide".
Poulenc se ambicionó con la adaptación musical del monólogo a través de un tal Hervé Dugardin, que a la sazón disfrutaba del puesto de director de la oficina de la casa Ricordi, en París. La opción que le propuso para interpretar a la despechada fue María Callas, pero Poulenc se negó a otorgar un papel dramático tan importante a alguien que -según su criterio- careciera de habilidades para la interpretación. Esa es la razón por la que escogió a la que consideraba su musa, a Denise Duval, con quien ya había trabajado en "Dialogues des carmelites". Tan pronto la música iba quedando en el papel se la enviaba Poulenc y así, tas cuatro meses de intenso trabajo la adaptación estuvo concluida y lista para su estreno.
Dada la universalidad del despecho, y la extraordinaria calidad del monólogo de Cocteau (incluyo los datos en la bibliografía), "La voz huamana" ha sido objeto de numerosas adaptaciones. De entre ellas hay que destacar las de Liv Ullmann e Ingrid Bergman para la televisión; y la de Anna Magnani para una colección de pequeños dramas llamada "L'amore", dirigida por Roberto Rossellini.
A continuación presento algunas versiones, entre las que se encuentra, por supuesto, la de Denise Duval. Esta no contiene subtítulos, por lo que he incluido antes otra versión subtitulada.
2º) la versión en cuatro partes de Denise Duval
y por último, pero como dicen los ingleses, no por ello menos importante, la versión de Ingrid Bergman.
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