La galería Agora, que se encuentra en pleno Manhattan, y que acoge con regularidad las obras de los mejores artistas, ha inaugurado recientemente una exposición de la pintora australiana Aelita Andre. Esta exposición de carácter surrealista -esta es la opinión de los expertos- está teniendo un éxito notable, toda vez que al menos treinta de sus obras ya han sido adquiridas por coleccionistas privados, alguno de los cuales ha llegado a pagar hasta 30.000 dólares por un cuadro.. Lo particular de esta noticia, que por lo demás es muy convencional, es que la pintora sólo tiene cuatro años.
Los padres de Aelita no dan crédito a lo que les está ocurriendo y, aunque se muestran tremendamente orgullosos de los logros de su hija, no esconden su temor a que la madurez y el conocimiento técnico corroan su infantil espontaneidad. Temen que sus obras dejen de ser interpretaciones espontáneas de su peculiar visión de la vida, y se confundan en la afectación propia de los resabidos técnicos. Pero al desear esto para su hija, no comprenden que pretenden privarla de una experiencia que es afín a la creatividad, y que por desgracia para ellos, no podrán evitar. De este modo Aelita aprenderá la técnica de la pintura, y con el paso del tiempo su natural disposición se verá afectada por sus conocimientos teóricos; se verá envuelta en una lucha ardua por expresarse a través del lienzo, y llegará a la conclusión de que antes pintaba mejor. Toda una experiencia que, no creo equivocarme, se encuentra también en la vida de los que nos dedicamos a tocar un instrumento musical.
Los padres de Aelita no dan crédito a lo que les está ocurriendo y, aunque se muestran tremendamente orgullosos de los logros de su hija, no esconden su temor a que la madurez y el conocimiento técnico corroan su infantil espontaneidad. Temen que sus obras dejen de ser interpretaciones espontáneas de su peculiar visión de la vida, y se confundan en la afectación propia de los resabidos técnicos. Pero al desear esto para su hija, no comprenden que pretenden privarla de una experiencia que es afín a la creatividad, y que por desgracia para ellos, no podrán evitar. De este modo Aelita aprenderá la técnica de la pintura, y con el paso del tiempo su natural disposición se verá afectada por sus conocimientos teóricos; se verá envuelta en una lucha ardua por expresarse a través del lienzo, y llegará a la conclusión de que antes pintaba mejor. Toda una experiencia que, no creo equivocarme, se encuentra también en la vida de los que nos dedicamos a tocar un instrumento musical.
Atormentado por este pensamiento en el transcurso de una clase de piano, le dije al profesor que tenía la sensación de que antes tocaba mejor, con mayor libertad. Por toda respuesta me recomendó la lectura de una narración breve del alemán Heinrich von Kleist, titulada "Sobre el Teatro de Marionetas", que busqué con ahínco en numerosas librerías sin éxito alguno. Al final di con él por casualidad en una caseta de la feria del libro de Madrid. El que sienta interés por leerlo podrá hallarlo publicado en la editorial Atalanta en un libro de relatos bajo el título "El terremoto de Chile". En él se cuenta la historia de un personaje que pierde la naturalidad y ya no la vuelve a recuperar. Por casualidad, el personaje adopta la posición de una conocida figura, que representa a un niño sacándose una espina del pie, y ve su reflejo en un espejo. Sonríe ante su descubrimiento y depone su postura, pero cuando quiere participar a su compañero de la gracia de ese parecido, e intenta forzar nuevamente esa pose, fracasa una y otra vez. Al final el personaje comienza a pasar días enteros ante el espejo tratando de recuperar su gracia con gestos forzados, una gracia de la que al cabo de un año ya no queda rastro alguno. En mi opinión el dramaturgo alemán acierta en este relato cuando afirma que "en el mundo orgánico, a medida que la reflexión se oscurece y debilita más y más, la gracia va adquiriendo mayor brillantez y predominio (...) de tal forma que la gracia aparece al mismo tiempo y con la máxima pureza en la figura humana que o carece de conciencia o goza de una conciencia infinita".
Esta es una historia tan antigua como los primeros mitos de numerosas culturas. Así, Adán y Eva eran ingenuos y espontáneos hasta que comieron del árbol del conocimiento. Yahvé se encargó bien de llamarles la atención sobre este árbol y la serpiente insistió enérgicamente para que comieran de él. Tan pronto lo hicieron perdieron su espontaneidad, en otras palabras, pasaron de un estado de inconsciencia a otro de conocimiento, se cubrieron, y fueron expulsados del paraíso. Desde entonces nuestra lucha consiste en volver a él, se trata del eterno viaje del héroe que parte hacia lo desconocido, alcanza el conocimiento y regresa transfigurado. En este camino está implícita la pérdida de la inocencia, la que es propia de los niños y de las personas inconscientes, y se pierde en favor de la verdadera espontaneidad que, en palabras del filósofo John Dewey, "...no es un derecho de nacimiento, sino el último término, la conquista consumada de un arte".
En este proceso de aprendizaje encontramos numerosos obstáculos, entre ellos la pérdida de la naturalidad. Es por eso que interpretar la música de Mozart es una tarea tan ardua para los adultos, y tan sencilla para los pequeños. Una música tan espontánea como la de Mozart se convierte en todo un escollo cuando se afronta desde la perspectiva del análisis exhaustivo, del racionalismo estrecho del mundo del estudioso adulto. Por suerte no es un problema individual. Alcanzar el conocimiento, afirma el profesor de Técnica Alexander Pedro de Alcantara, y afrontar la creatividad renunciando a él.
Me parece adecuado concluir esta reflexión con las palabras de Claudio Arrau a este respecto, que se encuentran reseñadas en el libro "Conversaciones con Arrau", de Joseph Horowitz. "En un determinado momento -en el difícil tránsito entre una forma de tocar intuitiva hacia una comprensión consciente- me planteé la posibilidad de abandonar mi carrera, pero sólo durante un breve período de tiempo".
No me resisto a incluir estos grandes documentos de otros dos grandes maestros del piano y de la espontaneidad.
Para saber más sobre talentos precoces:
Música para niños
Juan Crisóstomo de Arriaga o el Mozart español