Una compañera del trabajo me insinuó hace unos meses que en nuestra escuela podría haber fantasmas. Es un dato que no tiene nada de particular, en tanto que no deja de ser más que una insinuación. No constan en mi experiencia laboral fenómenos paranormales de esta naturaleza, y como tampoco creo en su existencia soy poco proclive a la sugestión. Cosa extraña es, en todo caso, el no ser ésta la primera noticia que recibo sobre fuerzas sobrehumanas que deambulan por los pasillos de escuelas, museos y conservatorios, haciendo innumerables travesuras a sus moradores.
Existen noticias documentadas sobre las experiencias de los vigilantes del Museo Reina Sofía con los espíritus abyectos, así como historias sobre el Conservatorio de Atocha. El actual Real Conservatorio se alza sobre lo que antaño fue el Hospital Clínico de San Carlos, anexo al cual se encontraba la Facultad de Medicina. El ideario popular coincide en atribuir sombras a los edificios que de un modo u otro podrían vincularse con la muerte, la demencia o el más allá. De esta forma hospitales, cementerios o iglesias son edificios muy dados a esta fantasía y, por extensión, cualquier edificio que se haya construido sobre sus restos. También por los Conservatorios se pasean los finados haciendo de las suyas. Los casos de los Conservatorios de Atocha y de Avilés son, tal vez, los más conocidos; pero no son menos llamativos los del Conservatorio de Las Palmas, del cual se dice que ocurren cosas terribles.
Muchas apariciones podrían contarse de este lugar. Dado que está construido sobre los restos del cementerio del convento de Santo Domingo ya cumple el requisito principal para estar plagado de fantasmas. Parece que quienes más sufren los efectos son los vigilantes y las conserjes, aunque hay alumnos que afirman haber visto sombras levitando al final de los pasillos, y oído golpes en las contraventanas. También hay reseñas de ascensores y secadores que se accionan solos y, como no, notas de un lejano piano que suena cuando ya no queda nadie en el centro. Y es que, por alguna razón, los espectros son dados a los instrumentos polifónicos, pues no hay noticia alguna de fantasmas que tañen los timbales o que tocan la tuba. En todo caso, se trata siempre de las mismas historias. La explicación que se me antoja más lúcida se encuentra en el hecho de que la mente sabe producir imágenes universales durante el sueño, en el transcurso del cual son relativamente razonables; estas imágenes pueden desplazarse a la mente consciente debido a un poderoso estímulo, a una enfermedad mental, o a una serie de drogas efectivas. ¿Cómo si no puede afrontarse la reciente noticia de que Chopin veía sombras horribles y grotescas criaturas salir de su piano? Las personas de fe pueden aceptar muy fácilmente que Hildegard von Bingen recibiera el entendimiento por parte de Dios, quien le dictó el significado de las imágenes divinas; otros buscamos la explicación por caminos más costosos.
Este asunto de la fe y de los fantasmas viene a cuento por lo sorprendente que resulta que medios como la BBC o el New York Times, y personalidades tan valiosas en la música como Leonard Bernstein, Humphrey Searle o Glenn Gould, se hayan sentido interesados por el más llamativo de los casos de esta índole. Se trata del asunto de Rosermay Brown.
Rosemary Brown fue una cocinera londinense que alrededor de los años 70 del siglo pasado declaró que podía comunicarse con muertos ilustres. Personalidades de todas las categorías artísticas, eran los músicos quienes se le presentaban con mayor frecuencia. De esta guisa Liszt, Chopin o Beethoven -entre otros muchos- se ponían en contacto con ella desde el más allá para componer nuevas obras maestras. Afirmaba que sus manos eran tomadas por las de aquéllos y guiadas a través del papel pautado o del teclado, con escasa participación de su voluntad. Dicho de otro modo, Rosemary Brown recibía la música directamente del espíritu del compositor. De ahí, y de su considerable longevidad (nació en 1916 y murió recientemente, en 2001), surgieron nada menos que mil quinientas obras, entre las cuales se encuentra, cuesta decirlo sin sonreir, la Décima Sinfonía de Beethoven.
El primer contacto de Rosemary se dio, curiosa analogía con la citada Hildegard, cuando apenas contaba siete años. Un buen día, sin ninguna explicación plausible, un señor anciano de pelo largo y cano, y tal vez un poco verrugoso, se le presentó de súbito y le dijo algo parecido a esto: "soy Franz liszt, y he venido para decirte que cuando seas mayor compondré a través de ti las obras que no pude componer en vida". A partir de este primer encuentro parece que las visitas del húngaro se dieron con frecuencia, de suerte que compartieron, según dice, tardes de compras. Cuando Rosemary hubo crecido los compositores dieron rienda a su inspiración y dictaron sus obras a través de la médium.
Tal vez algo alarmada por el extraño giro que estaba dando su vida, decidió ponerse en contacto con una serie de espiritistas ingleses. Ignoro si fueron estos gentlemen quienes la indujeron a dar el siguiente paso, pero lo cierto es que existe una grabación de la BBC del 17 de octubre de 1968 en la que se la ve canalizar la música bajo las atónitas cámaras de televisión. Es aquí donde la posee Liszt una vez más para dictarle una obra llamada "Grübelei", que incluyo al final en un interesante video, donde ella misma hace una descripción de los espectros de los compositores, por lo que me abstengo de hacerla aquí.
Antes de que el lector se sorprenda al ver en el video un disco de vinilo auténtico ha de saber que, tras el éxito del programa de televisión, se grabó primero un documental audiovisual y luego, la casa Phillips Records contrató al pianista Peter Katin para grabar su interpretación de las obras dictadas a la señora Brown.
Naturalmente, así como parece haber un público entusiasmado con la idea de la posesión musical, que cree a fe ciega en las capacidades de Rosemary Brown, existe otro sector que busca en la psicología una explicación, si no más satisfactoria, al menos más razonable. Una investigación poco minuciosa permite descubrir que Rosemary había recibido lecciones de piano durante dos o tres años, por lo que no podría decirse que era completamente lega en materias musicales. Por otro lado, está demostrado que cuando alguien sorprende a su entorno, por ejemplo, hablando en idiomas que no ha estudiado, no se trata de una posesión demoníaca, como a muchos les gustaría, sino que, muy al contrario, se trata de conocimientos que pasaron desapercibidos para la mente consciente y que se ubicaron en la región inconsciente para, en un momento dado, mostrarse en su plenitud.
Pero esta recuperación no se puede superar, y de ahí que al escuchar la música de Rosemary, si bien es cierto que podemos encontrar reminiscencias de la música de sus compositores, no es menos cierto que se trata de una música fácil de ubicar en los períodos más tempranos de los mismos. ¿Y qué sentido podría tener para Liszt, después de las innovaciones de sus últimas obras, regresar a una composición de un carácter tan pasado como el de Grübelei? ¿Qué sentido para Debussy, que acaba sus días componiendo sólo tres de las seis sonatas de cámara que tenía proyectadas, regresar para componer una obra pianística más cercana a los Arabescos?
Ahí queda el misterio de Rosemary Brown para que cada uno juzgue por sí mismo.
Y he aquí un interesante extracto de un documental sobre Rosemary Brown, "Música del más allá".