A propósito de lo que comentaba la semana pasada, los músicos debemos al tartamudo Notker Balbulus, (840-912), la creación de la Secuencia. Esta es una forma musical que podríamos llamar auxiliar, dado que en su origen sirvió para retener las melodías sibilinas de los Aleluyas gregorianos. Como estas melodías eran tan largas y sinuosas y, por tanto, de difícil memorización, se impuso la necesidad de idear un medio nemotécnico para aprenderlas con seguridad. Balbulus decidió aplicar a estas melodías llamadas Melismas una serie de versos que se corrrespondieran silábicamente con sus notas. Al tener esta solución una acogida extraordinaria, el aplicado monje se dio a la tarea de componer un gran número de secuencias que, poco a poco, se fueron desvinculando del Aleluya original hasta convertirse en formas musicales independientes. Las Secuencias más importantes de Notker Balbulus tal vez sean "Media vita in morte sumus", "Cum rex gloriae Christus" y "Sancti Spiritus adsit nobis gratia", tal como sugiere el musicólogo Massimo Mila.
Una segunda fase de la Secuencia ocurre de la mano de Adam de San Víctor (1172-1192), trasladado el centro de producción de Alemania a Francia. Difiere de la anterior, básicamente, en la liberación de la métrica clásica y en el tratamiento de temas populares en lugar de religiosos. Con ello llegó el momento en que diferenciar entre secuencias religiosas y profanas se convirtió en tarea ardua. La solución a este maremágnum vino de la mano del famoso Concilio de Trento, por medio del cual Pio V se dio el gusto de expurgar sin fuero secuencia tras secuencia, hasta que concedió el uso de sólamente cinco de ellas, a saber: "Victimae paschali laudes", "Veni Sancte Spiritus", "Lauda Sion Salvatore", "Stabat Mater", y "Dies Irae", de Tomás de Celano, que es a la que hoy le vamos a prestar una atención especial.
El Dies Irae, o día de la ira, no es otro que el día del Juicio Final, en el que Dios desde su Gran Trono Blanco juzgará al género humano por sus acciones y omisiones, y apuntará el nombre de los que resulten absueltos en un registro llamado Libro de la Vida. Todo aquel que no se encuentre en el Libro de la Vida será lanzado al lago de fuego. El poema de la secuencia Dies Irae narra con todo detalle este acontecimiento, a modo de súplica de una de las almas juzgadas, que solicita de Jesucristo gracias como esta: " Tras confundir a los malditos, arrojados a las llamas voraces, hazme llamar entre los benditos". En el latín original esta súplica dice así: "Confutatis maledictis, flammis acribus addictis, voca me cum benedictis". Recordará estas palabras todo aquel que haya visto la película Amadeus, pues son las palabras que en su lecho de muerte dicta Mozart a Salieri, cuando éste, aunque con propósitos abyectos, ayuda al genio a completar su famoso Requiem.
Y es que esta Secuencia forma parte de la misa de Requiem del rito romano, razón por la cual es tan habitual encontrarla como parte de la misa de difuntos. Desde el "Officium defunctorum" de Tomás Luis de Victoria, hasta el Requiem de Andrew Lloyd Weber, la secuencia del Dies Irae la encontraremos en numerosas composiciones de carácter religioso conmemorativas de la muerte. El Dies Irae, pues, si bien con las aportaciones personales de cada compositor, se encuentra presente en los Requiems de Mozart, Liszt, Verdi, Fauré y Dvorak, por citar sólamente algunos.

"A la Danza Mortal venid los nacidos,
que en el mundo soes, de cualquier estado;
el que no quisiere, a fuerza e amidos
facerle he de venir muy toste parado,
pues ya que el fraire vos ha pedricado
que todos vayais a facer penitencia;
el que non quisiere poner diligencia,
por mí non puede ser más esperado."
Este era el ambiente que se vivía en la Europa de los siglos previos al Renacimiento, y así no sólo las danzas de la muerte afectaron a la literatura y a la música, sino que impregnaron también a otras ramas del arte, como la pintura y el grabado. En el Museo del Prado, por ejemplo, puede apreciarse el cuadro de Brueguel el Viejo titulado "El triunfo de la muerte"; aunque los grabados de Holbein sobre las danzas de la muerte son, si cabe, aún más expresivos.
Uno de los pintores que quiso plasmar el asunto de las danzas de la muerte fue el florentino Andrea Orcagna, quien pintó un fresco en la Santa Croce de Florencia en 1350, también llamado "El Triunfo de la Muerte". Nombro esta obra de manera particular porque tiene el mérito, entre otros, de haber sido la fuente de inspiración de la "Totentanz", de Liszt, una Paráfrasis sobre el Dies Irae para piano y orquesta que, en forma de variaciones sobre el tema de la famosa secuencia, pretende ilustrar los diversos personajes que son escogidos por la muerte para unirse a su danza. No fue esta la única ocasión en que Liszt se ocupó del tema de la muerte. Por ejemplo, su magistral Requiem para voces masculinas contiene una interesantísima variación del Dies Irae. Quien se encuentre en Madrid los días 9, 10 y 11 de abril de este año 2011 tendrá la oportunidad de escuchar este Requiem a cargo del Coro de Voces Graves de Madrid. Otro ejemplo interesante del trato de Liszt con la muerte se lo debemos a su versión para piano solo de la "Danse Macabre", de Camille Saint-Saëns.
Citar pormenorizadamente todas las composiciones clásicas que han empleado el Dies Irae como motivo principal sería, sin duda, una gesta considerable... y tampoco gozaría de mérito alguno, ya que otras fuentes al alcance de cualquiera, como la aveces poco fiable Wikipedia, alberga estos contenidos de una forma muy bien organizada.

A fin de comprender empíricamente el alcance y el uso de la Secuencia Dies Irae a través de la Historia hemos de familiarizarnos con su melodía, que presento en la versión de Tomas Luis de Victoria.
Texto original en latín
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"La isla de los muertos" de Rachmaninov:
Lorin Maazel – Rachmaninov: The Isle of the Dead, Op.29 - Lento-Tranquillo-Largo-Allegro molto-Largo-Tempo I
Y el mencionado Etude-Tableux op. 39 nº 2:
Nikolai Lugansky – Études-Tableaux, Opus 39: Lento Assai - A Minor No. 2
Y para concluir la versión orquestal de la danza macabra de Saint-Saens:
Lorin Maazel;Pittsburgh Symphony Orchestra – Danse macabre, Op.40