Cualquier museo o galería dispone de tarifas variables según el día que se visite. Los más proporcionan también descuentos para determinados grupos, miembros de familias numerosas, estudiantes de países miembros de la Unión Europea o titulares del carnet joven; y aún los hay que contemplan la posibilidad de una entrada gratuita. Para beneficiarse de la entrada gratuita hay que estudiar detenidamente las condiciones de los museos, pues cada uno tiene, por así decirlo, su propia legislación al respecto. Hasta donde yo sé los profesores tenemos derecho a entrada gratuita en los museos nacionales. Pero no ha de esperar cualquier profesor que este criterio se le aplique, sino solamente aquellos profesores con acreditación de enseñanzas relacionadas con el contenido del museo, que se encuentren en el desarrollo de sus funciones. Esta es la condición, por citar un ejemplo, en el Museo del Prado. Gracias a esta normativa los profesores de música están exentos de pagar la entrada en lugares tales como el mencionado Museo del Prado, El Museo Lázaro Galdiano, El Reina Sofía, El Museo del Romanticismo, y cualquier otro que se considere Nacional. Tal es el caso de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, al inicio de la calle Alcalá; o eso es lo que yo creía hasta que me topé de frente con la férrea encargada de la taquilla.
En efecto, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, que en adelante llamaré sencillamente ABA (por usar unas letras con las que cualquier músico se siente identificado), permite la entrada gratuita a profesores de centros docentes de asignaturas relacionadas, en este caso, con las Bellas Artes. Así es que me presenté ante la taquilla y tras anunciar mi condición de profesor, mostré la nómina (que es la acreditación que se pide) y aguardé pacientemente por mi pase de profesor. Pero como fuera que la taquillera examinaba con la pasión de un arqueólogo mi acreditación, intuí que esta vez no me iba a ser tan fácil entrar gratis. No me falló la intuición; la taquillera me devolvió la nómina y me dijo que la entrada gratuita sólo era aplicable a profesores de centros docentes relacionados con las bellas artes. "Vaya hombre" me dije, "con Cerbero hemos topado".
¿Dónde iba yo a desarrollar mi labor de profesor de música sino en un centro docente, cuyo sello, además, figuraba en la nómina? La enseñanza al aire libre era más bien cosa de Sócrates y Platón, y los pedagogos acompañaban a los pupilos a las casas de los maestros, tal como se puede apreciar en varias vasijas griegas del museo arqueólogico, museo en el que, por cierto, he entrado varias veces presentando la misma nómina. Además, le dije, aquí pone exactemente el centro docente en que trabajo. Pero ni siquiera ante esta evidencia la recalcitrante espartana iba a dejarme pasar. Ya, argumentó, pero la entrada gratuita es para profesores relacionados con las Bellas Artes, y la Música no es una de ellas. ¿Cómo que no? No, bellas artes son la pintura, la escultura y la arquitectura, y se quedó plantada mirándome fijamente, como evaluando el efecto devastador de su atrevimiento. Comprendí que hacer entrar en razón a la taquillera me llevaría gran tiempo y aún mayor disgusto, así que opté por pagar la entrada y visitar el museo.
Pero ya estaba corrompido, y mientras deambulaba por los corredores de la primera planta (y en ella hay una gran colección de pintura barroca española, unos Rubens muy notables y la serie "Niñerías" de Goya, entre otros), recapacitaba sobre esa creencia tan errónea de considerar las artes plásticas al margen de la Música, estableciendo una división basada en el sentido que las capta, como si esta división fuera algo más intenso que una mera circunstancia. Recordé haber leído sobre esto en "La Decadencia de Occidente", "¡Arte de la vista y arte del oído! Decir esto no es decir nada (...) Las artes son unidades vitales, y lo vital no admite división (...) el primer cuidado de los pedantes eruditos ha sido siempre el de trazar separaciones en el territorio infinito del arte, atendiendo a los recursos y a las técnicas más exteriores, así se ha dividido el arte en artes particulares".
Pero el lenguaje interno que expresan tanto el cuadro "Susana y los Viejos" de Rubens, presente en la ABA, y una fuga de Bach son tan idénticos, que obligatoriamente han de disiparse las diferencias ópticas y acústicas. El lenguaje formal de una columna salomónica es igualmente sinuoso que el de las voces de una fuga, y las tablas de ornamentación barroca de Bach, Couperin o Purcell, son tan extensas como las de cualquier fachada del mismo período. Existe, además, mayor relación entre un Preludio de Debussy y un cuadro de Monet que entre una obra para piano del maestro francés y una sonata para el mismo instrumento de Beethoven.
Por lo demás, y volviendo al caso de la ABA, resulta llamativo que en una institución que no contempla (en opinión de su taquillera) una relación evidente entre las artes plásticas y la música si contemple, en cambio, como académicos a músicos de la talla de Antón García Abril, Cristóbal Halfter, Joaquín Soriano, Tomás Marco, Teresa Berganza, Manuel Carra, Ismael Fernández de la Cuesta, Narciso Yepes y, como académico honorario, a Plácido Domingo. He de reconocer que entonces yo no disponía de esta intersante información, como tampoco sabía que la ABA posee un fabuloso Archivo-Biblioteca con un catálogo de fondos musicales de hasta 10.000 ejemplares entre partituras, monografías, tratados, libretos, etc.
Como quiera que sea, y volviendo a mi periplo por las galerías del museo, hay un cuartito escondido, como haciendo esquina, en el que se encuentra nada más y nada menos que un bueno número de retratos de compositores españoles, las batutas de grandes directores nacionales, un magnífico piano cuadrado Zumpe del siglo XVIII y, a buen recaudo bajo una vitrina, la última guitarra que utilizó Andrés Segovia, cuyo cuerpo fue velado, por cierto, en la misma Real Academia. Ya con esta información a mano corrí escaleras abajo hacia la entrada para dar en las narices a la taquillera con la guitarra del genial músico, mas para entonces ya había cambiado el turno y ahora la taquilla la ocupaba otra taquillera más comprensiva.
No quisiera concluir sin decir, pues es de justicia, que no se me ha vuelto a presentar este problema en las siguientes oportunidades que he tenido de volver a la ABA; sin embargo también quisiera resaltar que en mi última visita sólo se me permitió ver una planta del museo, ya que las otras dos estaban cerradas porque -según me informó el empleado- no había dinero para pagar al personal.
Escuchemos ahora al maestro Andrés Segovia en su faceta de intérprete:
Y veamos ahora otra faceta del guitarrista, desplegando su carisma y su inglés poco victoriano en una master class:
Y aquí dejo los enlaces a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y a su Archivo-Biblioteca.
http://rabasf.insde.es/
http://www.archivobiblioteca-rabasf.com/2nivel.htm?seccion=b_musicales&opcion=op_biblioteca&num=5