Señalaba recientemente en estas páginas que Jean Sibelius se había inspirado en el Kalevala para componer sus Poemas Sinfónicos. El cuerpo de esta obra es el resultado de la labor compilatoria de Elías Lönrot, un erudito finlandés. Una vez recogidas las historias sobre los héroes nacionales les aplicó una métrica uniforme de ocho sílabas por verso en ritmo Trocaico. Este ritmo proviene de los Pies Métricos de la poesía griega y se reconoce por estar compuesto de dos sílabas, la primera de las cuales es más larga. Evolucionada esta teoría, el ritmo Trocaico se da cuando la primera sílaba se encuentra acentuada, como ocurre en el famoso verso de Lorca "...Verde viento verdes ramas". Es un ritmo de carácter recogido, al contrario que el Yámbico, cuya primera sílaba prepara la acentuación de la segunda, como en la sentencia "The rain in Spain falls mainly on the plain", concediendo al verso una cierta tendencia hacia delante. Cada idioma tiene una mayor preponderancia de uno u otro ritmo, y de ahí que muchas traducciones de poemas extranjeros, aún manteniendo su esencia literaria, sufran una modificación de su ritmo primigenio, resultando, con ello, hueras y forzadas.
El poeta norteamericano Henry Longfellow, nacido en 1807 y, por tanto, contemporáneo de Lönrot, estudió el Kalevala en la traducción alemana de Franz Schiefner, que había respetado la métrica original, y adoptó el octosílabo trocaico, ritmo atípico en el idioma inglés, para su obra "The Song of Hiawatha". El Hiawatha de Longfellow es en realidad un héroe algonquino llamado Manabozho, y en ningún caso ha de confundirse con el Hiawatha artífice de la Confederación Iroquesa. En Longfellow se trata de un héroe de la mitología de los Bosques y los Grandes Lagos de Norteamerica -región de Cheroquis, Winebagos, Saunis, Hurones, Ojibwas, Mohicanos, Iroqueses y Algonquinos- que sigue un proceso de individuación a través del cual ocurren episodios característicos de las mitologías como el enfrentamiento con el padre, el voluntario retiro espiritual, el renacimiento desde el vientre de la ballena, el matrimonio y la última partida.
Los checos tienen en muy alta estima a Josef Václav Sládek, un escritor que alcanzó la fama, entre otras cosas, por realizar notables traducciones de obras literarias de la lengua inglesa. De Longfellow tradujo "The song of Hiawatha" durante una estancia invernal en una granja de Wiscosin, en 1869. Esta traducción se publicó en Praga en 1872, y ocupó de inmediato las estanterías de muchos hogares, entre los cuales se encontraba el del compositor nacionalista Antonín Dvorák. Dvorák se sintió hasta tal punto conmovido por la obra de Longfellow que se propuso realizar una ópera basada en la historia de Hiawatha. Sin perder un instante garabateó esbozos melódicos en unos cuadernos, esbozos que sugerían a Hiawatha y a su esposa Minnehaha. La ópera, en cualquier caso, no se llevó a cabo, pero los temas que había compuesto fueron reutilizados posteriormente en su novena sinfonía y en sus "Humorescas" para piano.
Pasan los años y el maestro vive holgadamente con su esposa y sus seis hijos la vida de un profesor de teoría musical, orquestación y composición en el Conservatorio de Praga. No le faltan a Dvorák ni reconocimiento ni comodidades. Pero en este juego de conexiones imposibles aún no se ha movido una ficha decisiva, aún falta por irrumpir un elemento impulsor que va a revolucionar la Historia de la Música con una visión casi profética. Se trata de Jeannette Mellers, una neoyorkina educada musicalmente en el Conservatorio de París, que había nacido en 1850. Esta hija de un músico danés se casó muy pronto con un mayorista de comestibles, un tal Francis Thurber que, como es propio de los comerciantes avispados, se había hecho con una envidiable fortuna. Amante de la música, la feliz esposa comprendió que América necesitaba un centro de educación musical radicado en la capital, con ramificaciones por todo el país; y con este objetivo en mente consiguió fundar en Nueva York el Conservatorio de Música de América y la Compañía Nacional de Opera.
Por fin Nueva York tenía su propio Conservatorio, pero aún faltaba insuflarle un impulso vital, necesitaba una figura autoritaria, reconocida en el campo de la enseñanza y de la composición. La Señora Thurber lo veía claro: el director del Conservatorio de Nueva York tenía que ser Dvorák. Y habituada a conseguir sus propósitos escribió una carta al compositor ofreciéndole el puesto de director del Conservatorio. El Conservatorio requiere el nombre de un gran europeo -decía- y yo estoy dispuesta a pagar por ello. Dvorák leyó detenidamente la carta de esta insólita mujer, desgranó la oferta sopesando beneficios e inconvenientes, y al cabo escribió de vuelta, rechazando el ofrecimiento por no estar dispuesto a separarse de su tierra. Maldito checo pertinaz y acelerado, debió decirse la hábil mecenas. Pero lo que no se compra con dinero se compra con mucho dinero, y valiéndose de este saber la Señora Thurber volvió a escribir a Dvorák ofreciéndole esta vez un salario de 15.000 dólares anuales, cuatro meses de vacaciones y tiempo libre para componer.
Dvorák llegó a Nueva York en septiembre de 1892 y muy pronto fue informado de sus obligaciones como director y profesor de su Conservatorio. Entre ellas se encontraba el promover la subvención de los alumnos más aventajados y formar, con ello, un solvente estilo de música nacional; también debía darse cabida en el centro a los alumnos de los sectores más desplazados, tales como las minorías étnicas o las personas con discapacidades. Por tanto se allbergó a numerosos estudiantes que habían sido rechazados de otras escuelas. Uno de ellos resultó ser un afro-americano llamado Harry T. Burleigh, con quien Dvorák congenió inmediatamente, haciendo de él su secretario y su copista. Fue el talentoso Burleigh quien introdujo a Dvorák en las armonías de los Espirituales Negros; unas armonías y unos ritmos que entusiasmaron al compositor hasta el punto de manifestarse a favor de una música nacional fundamentada en la de los afro-americanos. En mayo de 1893, el New York Herald publicó un artículo del checo en el que afirmaba que "la futura música de este país debe tener sus cimientos en lo que se ha venido a llamar melodías negras, pues son indudablemente americanas".
Aquí se inicia la controversia sobre las raíces bohemias o americanas en la Sinfonía del Nuevo Mundo, compuesta por Dvorák durante su estancia en Nueva York. ¿Música checa o música americana? Detengámonos un momento a escuchar el primer movimiento de la Sinfonía del Nuevo Mundo, y prestemos mucha atención al tema de la flauta entre el minuto 4,05 y 4,10. Por una curiosa coincidencia este motivo recuerda claramente a la melodía del Espiritual "Swing Low, Swing Chariot", y esta particularidad ha dado pie a enconadas discusiones.
De la Sinfonía del Nuevo Mundo es ampliamente conocido su segundo movimiento (Largo), del cual sabemos que en un principio quiso llamarlo Dvorák "Leyenda". ¿Pero a qué leyenda se refiere? Es una constante en las vidas de héroes la imperiosa búsqueda de una esposa; citemos al imperturbable Vainamoinen, figura central del mencionado Kalevala, que se pasa toda la epopeya quejándose de su soledad, y a sus alegres compañeros, el herrero Ilmarinen y el incauto Lemmikainen, no interesados en otra cosa que en casarse. Hiawatha es un héroe más resuelto, y no hace las cosas por capricho o por majadería. Hiawatha es un Ojibwa, y cuando busca esposa no lo hace por mera necesidad de matrimonio, sino por estar llamado a formar la unión entre los pueblos, y por eso parte a la tierra de los Dakotas, para pedir la mano de Minnehaha, también llamada "Agua Risueña".
Tras la boda acontece una celebración en la que diversos personajes bailan y narran historias. Pero la dicha es breve, y al cabo de poco tiempo llega el invierno al poblado, y con el invierno el hambre y la enfermedad. Y como simbolizando la imposiblidad de la unión de los pueblos, muere Minnehaha después de una lenta agonía. El entierro que sigue en el bosque y la lamentación de Hiawatha es la escena que Dvorák quiere representar, y lo consigue con una sobrecogedora melodía tanto o más elocuente que las terribles palabras del afligido héroe:
"Farewell! said he, Minnehaha!
Farewell, O my Laughing Water!
All my heart is buried with you,
All my thoughts go onward with you!
Aún tenemos que aportar algunos datos más sobre Minnehaha. Actualmente, en Minneapolis se puede visitar un parque turístico dedicado al personaje, del cual sobresalen por su fama unas célebres cataratas, las "Minnehaha Falls". Con motivo de la publicación del libro de Longfellow las cataratas se convirtieron en un lugar turístico, y ésto a pesar de que el autor jamás las había visitado. Longfellow supo de estas cataratas a través de unas fotografías y de los escritos de una estudiosa de la lengua Dakota, Mary Henderson Eastman, que escribió sobre la vida y la cultura de este pueblo. La popularidad del enclave y el interés profesado por Dvorák hacia los personajes del Hiawatha promovieron que sintiese un especial deseo de visitar el lugar. Fue en el transcurso de sus vacaciones cuando tuvo la oportunidad de hacerlo, acompañado por Jan Rynda, un cura de Moravia.
De acuerdo a las anotaciones de su secretario, Dvorák quedó impresionado por el paisaje al afirmar que las cataratas eran tan sumamente hermosas que resultaba imposible describirlas con palabras. Dada su incapacidad verbal, pero tratándose de un compositor audaz, le vinieron a las mientes las notas de una sencilla melodía. ¡Rápido! gritó a su admirado secretario, ¡Déme un lápiz y un papel, no se quede ahí parado! Jan Kovarík -así se llamaba este individuo- se palpó nervioso todos los bolsillos de su atuendo y halló un lápiz en uno de ellos. Dvorák lo agarró violentamente y, no teniendo un papel donde trazar un pentagrama y algunas notas, escribió la melodía en uno de los puños de su camisa. De vuelta a Nueva York reformó esta melodía y la colocó en el segundo movimiento de su Sonatina en Sol Mayor, opus 100, para violín y piano. El tema fue popularizado por el violinista Fritz Kreisler, y hoy en día lo conocemos con el sobrenombre de "Lamento Indio", con cuya versión nos despedimos, que ya es hora.
El poeta norteamericano Henry Longfellow, nacido en 1807 y, por tanto, contemporáneo de Lönrot, estudió el Kalevala en la traducción alemana de Franz Schiefner, que había respetado la métrica original, y adoptó el octosílabo trocaico, ritmo atípico en el idioma inglés, para su obra "The Song of Hiawatha". El Hiawatha de Longfellow es en realidad un héroe algonquino llamado Manabozho, y en ningún caso ha de confundirse con el Hiawatha artífice de la Confederación Iroquesa. En Longfellow se trata de un héroe de la mitología de los Bosques y los Grandes Lagos de Norteamerica -región de Cheroquis, Winebagos, Saunis, Hurones, Ojibwas, Mohicanos, Iroqueses y Algonquinos- que sigue un proceso de individuación a través del cual ocurren episodios característicos de las mitologías como el enfrentamiento con el padre, el voluntario retiro espiritual, el renacimiento desde el vientre de la ballena, el matrimonio y la última partida.
Pasan los años y el maestro vive holgadamente con su esposa y sus seis hijos la vida de un profesor de teoría musical, orquestación y composición en el Conservatorio de Praga. No le faltan a Dvorák ni reconocimiento ni comodidades. Pero en este juego de conexiones imposibles aún no se ha movido una ficha decisiva, aún falta por irrumpir un elemento impulsor que va a revolucionar la Historia de la Música con una visión casi profética. Se trata de Jeannette Mellers, una neoyorkina educada musicalmente en el Conservatorio de París, que había nacido en 1850. Esta hija de un músico danés se casó muy pronto con un mayorista de comestibles, un tal Francis Thurber que, como es propio de los comerciantes avispados, se había hecho con una envidiable fortuna. Amante de la música, la feliz esposa comprendió que América necesitaba un centro de educación musical radicado en la capital, con ramificaciones por todo el país; y con este objetivo en mente consiguió fundar en Nueva York el Conservatorio de Música de América y la Compañía Nacional de Opera.
Por fin Nueva York tenía su propio Conservatorio, pero aún faltaba insuflarle un impulso vital, necesitaba una figura autoritaria, reconocida en el campo de la enseñanza y de la composición. La Señora Thurber lo veía claro: el director del Conservatorio de Nueva York tenía que ser Dvorák. Y habituada a conseguir sus propósitos escribió una carta al compositor ofreciéndole el puesto de director del Conservatorio. El Conservatorio requiere el nombre de un gran europeo -decía- y yo estoy dispuesta a pagar por ello. Dvorák leyó detenidamente la carta de esta insólita mujer, desgranó la oferta sopesando beneficios e inconvenientes, y al cabo escribió de vuelta, rechazando el ofrecimiento por no estar dispuesto a separarse de su tierra. Maldito checo pertinaz y acelerado, debió decirse la hábil mecenas. Pero lo que no se compra con dinero se compra con mucho dinero, y valiéndose de este saber la Señora Thurber volvió a escribir a Dvorák ofreciéndole esta vez un salario de 15.000 dólares anuales, cuatro meses de vacaciones y tiempo libre para componer.
Aquí se inicia la controversia sobre las raíces bohemias o americanas en la Sinfonía del Nuevo Mundo, compuesta por Dvorák durante su estancia en Nueva York. ¿Música checa o música americana? Detengámonos un momento a escuchar el primer movimiento de la Sinfonía del Nuevo Mundo, y prestemos mucha atención al tema de la flauta entre el minuto 4,05 y 4,10. Por una curiosa coincidencia este motivo recuerda claramente a la melodía del Espiritual "Swing Low, Swing Chariot", y esta particularidad ha dado pie a enconadas discusiones.
De la Sinfonía del Nuevo Mundo es ampliamente conocido su segundo movimiento (Largo), del cual sabemos que en un principio quiso llamarlo Dvorák "Leyenda". ¿Pero a qué leyenda se refiere? Es una constante en las vidas de héroes la imperiosa búsqueda de una esposa; citemos al imperturbable Vainamoinen, figura central del mencionado Kalevala, que se pasa toda la epopeya quejándose de su soledad, y a sus alegres compañeros, el herrero Ilmarinen y el incauto Lemmikainen, no interesados en otra cosa que en casarse. Hiawatha es un héroe más resuelto, y no hace las cosas por capricho o por majadería. Hiawatha es un Ojibwa, y cuando busca esposa no lo hace por mera necesidad de matrimonio, sino por estar llamado a formar la unión entre los pueblos, y por eso parte a la tierra de los Dakotas, para pedir la mano de Minnehaha, también llamada "Agua Risueña".
Tras la boda acontece una celebración en la que diversos personajes bailan y narran historias. Pero la dicha es breve, y al cabo de poco tiempo llega el invierno al poblado, y con el invierno el hambre y la enfermedad. Y como simbolizando la imposiblidad de la unión de los pueblos, muere Minnehaha después de una lenta agonía. El entierro que sigue en el bosque y la lamentación de Hiawatha es la escena que Dvorák quiere representar, y lo consigue con una sobrecogedora melodía tanto o más elocuente que las terribles palabras del afligido héroe:
"Farewell! said he, Minnehaha!
Farewell, O my Laughing Water!
All my heart is buried with you,
All my thoughts go onward with you!
Aún tenemos que aportar algunos datos más sobre Minnehaha. Actualmente, en Minneapolis se puede visitar un parque turístico dedicado al personaje, del cual sobresalen por su fama unas célebres cataratas, las "Minnehaha Falls". Con motivo de la publicación del libro de Longfellow las cataratas se convirtieron en un lugar turístico, y ésto a pesar de que el autor jamás las había visitado. Longfellow supo de estas cataratas a través de unas fotografías y de los escritos de una estudiosa de la lengua Dakota, Mary Henderson Eastman, que escribió sobre la vida y la cultura de este pueblo. La popularidad del enclave y el interés profesado por Dvorák hacia los personajes del Hiawatha promovieron que sintiese un especial deseo de visitar el lugar. Fue en el transcurso de sus vacaciones cuando tuvo la oportunidad de hacerlo, acompañado por Jan Rynda, un cura de Moravia.
De acuerdo a las anotaciones de su secretario, Dvorák quedó impresionado por el paisaje al afirmar que las cataratas eran tan sumamente hermosas que resultaba imposible describirlas con palabras. Dada su incapacidad verbal, pero tratándose de un compositor audaz, le vinieron a las mientes las notas de una sencilla melodía. ¡Rápido! gritó a su admirado secretario, ¡Déme un lápiz y un papel, no se quede ahí parado! Jan Kovarík -así se llamaba este individuo- se palpó nervioso todos los bolsillos de su atuendo y halló un lápiz en uno de ellos. Dvorák lo agarró violentamente y, no teniendo un papel donde trazar un pentagrama y algunas notas, escribió la melodía en uno de los puños de su camisa. De vuelta a Nueva York reformó esta melodía y la colocó en el segundo movimiento de su Sonatina en Sol Mayor, opus 100, para violín y piano. El tema fue popularizado por el violinista Fritz Kreisler, y hoy en día lo conocemos con el sobrenombre de "Lamento Indio", con cuya versión nos despedimos, que ya es hora.
Otra versión en directo del Lamento Indio
La versión íntegra, en inglés y online, de "The Song of Hiawatha", para el lector curioso.
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