El síndrome de Diógenes es aquel cuyo afectado muestra, entre otras cosas, una desbordante atracción hacia la acumulación de despojos y desperdicios. No adolecía, en todo caso, el filósofo Diógenes de Sinope de esta extraña afección, sino que, bien al contrario, habitaba con muy escasas posesiones en una miserable tinaja. El porqué de esta atribución tan poco honrosa lo desconozco, como también ignoro si existe un síndrome parecido para tipificar al músico que, invariablemente, esconde grandes montañas de partituras por todos los cajones, armarios y recovecos de su casa. Con poco esfuerzo imagino que cualquier profesional sufre de esta misma condición, y lo mismo pienso en un pintor que inunda su casa de esbozos y de estudios, que en un cocinero, que guarda las especias en los lugares más insospechados.
Fue buscando un orden en el caos lo que me llevó a encontrar unas fotocopias maltrechas y arrugadas de las "Visiones Fugitivas", de Prokofiev. Trabajé esta obra en uno de esos cursos de "perfeccionamiento", con una señora ukraniana que en tiempos remotos había sido profesora emérita del Conservatorio de Kiev. Una enfermedad la impedía tocar, y por ello se había establecido, según se decía en las intrigas de pasillo, en la templada isla de Gran Canaria. De las clases que recibí quedó mi partitura marcada de anotaciones. En la segunda Visión pueden leerse las palabras "La maldad de la música". Opinaba la ponente, muy al contrario que la profesora de Historia, que la Música no ha de expresar siempre cosas bellas, sino que en ocasiones debe servir para ilustrar lo más sombrío de nuestro carácter. Hasta que no se atisbe en el intérprete el componente oscuro de su personalidad, difícilmente podrá lograr una interpretación conmovedora de esta música. Detengámonos un momento a escuchar cómo resuelve esta Visión Fugitiva el maestro Glenn Gould:
Uno tiene que estar en desacuerdo con la profesora de Historia que, como digo, afirmaba que la música tenía el cometido de transmitir la belleza, tan pronto se escucha detenidamente la música de este compositor ruso. Suele insertarse a Prokofiev dentro de la corriente neo-clásica, lo que presupone a su música la exaltación de la multiplicidad de afectos. Quien conoce su Sinfonía Clásica comprende los afectos brillantes y humorísticos propios de ese estilo; pero en la música de Prokofiev también hay cabida para los sentimientos más abyectos de la naturaleza humana. En este contexto es justo resaltar sus "Cuatro Piezas, op. 4", cuyos títulos representan diversos trastornos: Reminiscencias, Ardor, Desesperación y Tentación. Esta última pieza tiene el sobrenombre de "Sugestión Diabólica"; se trata de una obra terrorífica, frenéticamente furiosa y agresiva que sugiere, tal y como indica su título, la actividad descontrolada de un rapto histérico, y que las gentes de culturas primitivas atribuyen, casi siempre alegremente, a una posesión demoníaca.
Otras son las motivaciones que llevaron al húngaro Giörgy Ligeti a componer tres libros de Estudios para piano, entre los que habría que destacar el llamado "L'escalier du diable", catalogado, por cierto, y sospecho que no por casualidad, como el número trece de la serie. Confesó Ligeti que sus Estudios habían nacido como resultado de sus ineptitudes pianísticas, tal vez debidas a su inicio tardío. Con todo, en su artículo "Sobre mis Estudios para piano" situó en el centro de su interés el dominio de las polirritmias, o el uso contrastado y simultáneo de ritmos diferentes. Dedicado al pianista Volker Banfield, "L'escalier du diable" es un Estudio obsesivo y asimétrico, cuyas polirritmias se distribuyen de un lado a otro del teclado, creando un efecto escalonado e irregular y sugiriendo, según la opinión de algunos estudiosos, la risa del diablo. Algunos han oído en los efectos de este aparente sinsentido los ecos de lejanas campanas, y por ello hay quien afirma que esta partitura está influenciada por el poema de Edgar Allan Poe "The Bells".
Cualquier cinéfilo reconocerá la música de Ligeti en las películas de Stanley Kubrick. La famosa Odisea en el espacio contiene momentos memorables enmarcados por su terrorífico Requiem. Mucho se indignó el compositor húngaro al enterarse de que Kubrick había incluido su música en la banda sonora sin mediar consentimiento. Pero el éxito del film supuso también el reconocimiento de Ligeti, que participó, esta vez de mejor grado, en la espantosa "The Shinning". La última colaboración entre los dos maestros se dio en "Eyes wide shut", para la escena en que el imperturbable personaje de Tom Cruise se las ve con una secta harto siniestra.
Pero dejemos ya al demonio ocupándose de Paganini para hablar, siquiera someramente, de otro fenómeno igual de llamativo tanto por su simbología como por su proliferación: los espectros, que también han llamado a la puerta de algunos compositores. El tema del fantasma que regresa de entre los muertos para martirizar a los vivos, por cualesquiera razones, es muy recurrente en todas las sociedades. No es raro que se presente tomando una de estas dos formas: unas veces no es sino una sombra sensible y benévola que viene a consolar a amigos y familiares, o aún a dar algún sabio consejo; otras se trata de un ente inicuo, muerto prematuro, que se aparece incansable y majadero para destapar algún desaguisado. Uno de los ejemplos más aterradores, y los estudiosos del teatro Kabuki estarán de acuerdo, es el fantasma de Oiwa, que mira con un solo ojo a su marido traidor. En el teatro occidental son clásicos los fantasmas que, por razones semejantes, se le aparecen al mezquino Macbeth en la obra de Shakespeare.
Carl Czerny, discípulo de Beethoven, afirmaba que su maestro se había inspirado en Hamlet para componer su Trío para piano, violín y violonchelo op. 70 No. 1, concretamente en los episodios en que el fantasma de su padre se aparecía para denunciar su asesinato. Ligera y erróneamente asoció el fiel alumno la obra de Beethoven con la historia del príncipe danés, pues la verdadera asociación hay que establecerla con Macbeth. En efecto, Beethoven estaba proyectando una ópera sobre Macbeth, según el libreto de Heinrich von Collin, y entre sus notas se encontraron numerosos esbozos del movimiento lento de esta op. 70; composición atípica y escalofriante cuyos cromatismos y trémolos parecen sugerir la aparición del difunto y vengativo Banquo.
Más amable con los elementos sobrenaturales, el compositor noruego Edvard Grieg dedicó numerosas composiciones a los extraños misterios, a los duendes, a los enanos y a los goblins; a los fantasmas dedicó una pequeña obra para piano en el op. 62 No.5 de sus exquisitas piezas líricas; se trata de una obra muy corta de carácter contenido que sugiere la aparición de un espectro bondadoso.
Demonios, sectas, fantasmas; concluyamos hablando de muertos, que no nos queda muy lejana la fatídica noche de Halloween en que las almas de los finados han vagado libremente, confundiéndose con los vivos durante unas breves horas nocturnales. En música hablar de la muerte es hablar del Dies Irae, la secuencia de Tomás de Celano que desde su invención ha expresado el sentimiento de la eternidad. Remito al lector curioso al post "La danza de la muerte", donde hallará noticias más elaboradas sobre esta melodía. Concluyamos, pues, con uno de los encuentros con la muerte más aterradores de la Historia de la Música. Mussorgsky compuso su gran obra para piano "Cuadros de una Exposición", en recuerdo de su amigo el pintor Viktor Hartmann; la obra pretende expresar los sentimientos del compositor a través de la pinacoteca. Uno de estos cuadros es "Las Catacumbas... cum muortis in lingua muorta", que representa al pintor visitando las catacumbas de París, acompañado de dos sombras misteriosas. Maurice Ravel realizó años después una extraordinaria orquestación de esta obra, con cuya versión me despido hasta más ver, no sin antes alentar al lector, ya que este asunto da para mucho, a completar, si gusta, esta lista de clásicos terroríficos.
1) Prokofiev: Sugestión diabólica
Otras son las motivaciones que llevaron al húngaro Giörgy Ligeti a componer tres libros de Estudios para piano, entre los que habría que destacar el llamado "L'escalier du diable", catalogado, por cierto, y sospecho que no por casualidad, como el número trece de la serie. Confesó Ligeti que sus Estudios habían nacido como resultado de sus ineptitudes pianísticas, tal vez debidas a su inicio tardío. Con todo, en su artículo "Sobre mis Estudios para piano" situó en el centro de su interés el dominio de las polirritmias, o el uso contrastado y simultáneo de ritmos diferentes. Dedicado al pianista Volker Banfield, "L'escalier du diable" es un Estudio obsesivo y asimétrico, cuyas polirritmias se distribuyen de un lado a otro del teclado, creando un efecto escalonado e irregular y sugiriendo, según la opinión de algunos estudiosos, la risa del diablo. Algunos han oído en los efectos de este aparente sinsentido los ecos de lejanas campanas, y por ello hay quien afirma que esta partitura está influenciada por el poema de Edgar Allan Poe "The Bells".
Cualquier cinéfilo reconocerá la música de Ligeti en las películas de Stanley Kubrick. La famosa Odisea en el espacio contiene momentos memorables enmarcados por su terrorífico Requiem. Mucho se indignó el compositor húngaro al enterarse de que Kubrick había incluido su música en la banda sonora sin mediar consentimiento. Pero el éxito del film supuso también el reconocimiento de Ligeti, que participó, esta vez de mejor grado, en la espantosa "The Shinning". La última colaboración entre los dos maestros se dio en "Eyes wide shut", para la escena en que el imperturbable personaje de Tom Cruise se las ve con una secta harto siniestra.
Pero dejemos ya al demonio ocupándose de Paganini para hablar, siquiera someramente, de otro fenómeno igual de llamativo tanto por su simbología como por su proliferación: los espectros, que también han llamado a la puerta de algunos compositores. El tema del fantasma que regresa de entre los muertos para martirizar a los vivos, por cualesquiera razones, es muy recurrente en todas las sociedades. No es raro que se presente tomando una de estas dos formas: unas veces no es sino una sombra sensible y benévola que viene a consolar a amigos y familiares, o aún a dar algún sabio consejo; otras se trata de un ente inicuo, muerto prematuro, que se aparece incansable y majadero para destapar algún desaguisado. Uno de los ejemplos más aterradores, y los estudiosos del teatro Kabuki estarán de acuerdo, es el fantasma de Oiwa, que mira con un solo ojo a su marido traidor. En el teatro occidental son clásicos los fantasmas que, por razones semejantes, se le aparecen al mezquino Macbeth en la obra de Shakespeare.
Carl Czerny, discípulo de Beethoven, afirmaba que su maestro se había inspirado en Hamlet para componer su Trío para piano, violín y violonchelo op. 70 No. 1, concretamente en los episodios en que el fantasma de su padre se aparecía para denunciar su asesinato. Ligera y erróneamente asoció el fiel alumno la obra de Beethoven con la historia del príncipe danés, pues la verdadera asociación hay que establecerla con Macbeth. En efecto, Beethoven estaba proyectando una ópera sobre Macbeth, según el libreto de Heinrich von Collin, y entre sus notas se encontraron numerosos esbozos del movimiento lento de esta op. 70; composición atípica y escalofriante cuyos cromatismos y trémolos parecen sugerir la aparición del difunto y vengativo Banquo.
Más amable con los elementos sobrenaturales, el compositor noruego Edvard Grieg dedicó numerosas composiciones a los extraños misterios, a los duendes, a los enanos y a los goblins; a los fantasmas dedicó una pequeña obra para piano en el op. 62 No.5 de sus exquisitas piezas líricas; se trata de una obra muy corta de carácter contenido que sugiere la aparición de un espectro bondadoso.
Demonios, sectas, fantasmas; concluyamos hablando de muertos, que no nos queda muy lejana la fatídica noche de Halloween en que las almas de los finados han vagado libremente, confundiéndose con los vivos durante unas breves horas nocturnales. En música hablar de la muerte es hablar del Dies Irae, la secuencia de Tomás de Celano que desde su invención ha expresado el sentimiento de la eternidad. Remito al lector curioso al post "La danza de la muerte", donde hallará noticias más elaboradas sobre esta melodía. Concluyamos, pues, con uno de los encuentros con la muerte más aterradores de la Historia de la Música. Mussorgsky compuso su gran obra para piano "Cuadros de una Exposición", en recuerdo de su amigo el pintor Viktor Hartmann; la obra pretende expresar los sentimientos del compositor a través de la pinacoteca. Uno de estos cuadros es "Las Catacumbas... cum muortis in lingua muorta", que representa al pintor visitando las catacumbas de París, acompañado de dos sombras misteriosas. Maurice Ravel realizó años después una extraordinaria orquestación de esta obra, con cuya versión me despido hasta más ver, no sin antes alentar al lector, ya que este asunto da para mucho, a completar, si gusta, esta lista de clásicos terroríficos.
1) Prokofiev: Sugestión diabólica
2) Ligei: L'escalier du diable
3) Beethoven: 2º movimiento del Trio "Geister"
4) Edvard Grieg: Aparición
5) Mussorgsky/Ravel: Cuadros de una Exposición (Catacumbas)