Los melómanos que sigan la programación de la Fundación Juan March, sabrán que durante el mes de octubre y la primera quincena del de noviembre, diversos pianistas ofrecen la integral de las Sonatas de Mozart. En el primer recital los hermanos del Valle despacharon apenas sin inmutarse su producción para piano a cuatro manos y dos pianos Es admirable contemplar el grado de entendimiento que se da entre hermanos cuando practican juntos la música de cámara. Desde los del Valle hasta los canarios Curbelo, bien podríamos mencionar a las hermanas Labèque, a los Kontarsky, y como no, a los actuales Zapico, grandes paladines de la música antigua. Todos ellos suelen mostrar un grado de unidad musical que cuesta percibir en las interpretaciones de otros conjuntos, tal vez más brillantes en su nivel individual, pero menos homogéneos en el camerístico.
En estas reflexiones estaba, cómodamente reclinado en las amplias butacas de la Juan March, cuando me sobrevino el recuerdo de un cuento de Salarrué, en que una bailarina seductora y su flautista enamorado eran reclamados por un rey para entretener su velada. La joven caía presa de la frenética música de su compañero y bailaba extasiada ante el atónito rey, sumida por completo en los ritmos violentos de la flauta. Pero el flautista, al descubrir el lúbrico efecto que esta danza provocaba en el miserable monarca, se envenenó de celos y erró las notas deliberadamente, causando tremendo impacto en el devenir de la danza y motivando la muerte de la danzarina. Pero estas cosas no ocurren entre hermanos.
Otro asunto, sin duda interesante, y sobre el que rara vez se escarba, es el de los hermanos que de un modo u otro han influido en la vida y en la producción de los grandes compositores, para luego acabar arrinconados en una polvorienta esquina de la Historia, eclipsados, cosa obvia, por el mayor talento del otro. De esta forma, pocas veces se estima en su medida al hermano mayor del gran Bach, al organista Johann Christoph, o a la hermana de Mozart, en cuyo cuaderno anotó el padre numerosas obras precoces del genio austriaco; nada se dice de los hermanos de Schumann, Karl y Eduard, exprimidos sin contemplaciones. Conozcamos algo más sobre el hermano de Bach y sobre las hermanas de Chopin.
La familia Bach destaca no sólo por gozar entre sus virtudes de un talento musical excepcional, sino por contar entre sus defectos con una acelerada mortandad. A partir del año 1683 una serie de desgracias amenazan con menguar este frondoso árbol genealógico. Dos hermanos mayores de Johann Sebastian fallecen ese mismo año; una década después cae su tío; nueve meses más tarde, su madre; y aún no ha cumplido el gran Bach diez años cuando asiste al entierro de su padre. Por suerte, la naturaleza ha dotado al hermano mayor, Johann Christoph, de una salud férrea y de grandes habilidades musicales. Así, a los veinte años goza de un puesto de organista en Ohrdruf que conservará durante el resto de su vida.
Inmediatamente tras la muerte del padre, Johann Christoph se hace cargo de la educación de los pequeños Johann Sebastian y Johann Jakob; pero no sin dificultades. Todas las fuentes coinciden al afirmar que el puesto de organista del que goza desde 1690 está miserablemente pagado. Obligado a contribuir en los ingresos domésticos, Sebastian gana sus primeros jornales como corista, y mientras tanto recibe de su hermano una educación musical y unas lecciones de órgano magistrales. Es en esta ciudad y bajo la tutela de su hermano donde Bach aprende, pues, a tocar el órgano. Todos los días se desplaza hasta la Iglesia de San Miguel y allí se ejercita en un positivo de dos teclados y pedales, ya que aún se están realizando los acabados del gran órgano. Por las noches se introduce sigilosamente en la biblioteca de su hermano y sustrae de ella un valioso libro que contiene grandes obras para teclado de Pachelbel, Froberger, Krell..., y mientras todos duermen el joven Sebastian se entretiene copiando estas obras con la única luz que proyecta la luna. Terminada su labor de copista, devuelve el libro a la biblioteca. Seis meses después Johann Christoph descubrió las tropelías del granuja y le arrebató la copia preso de gran ira. Por esta singular anécdota, y por enseñar a Bach los fundamentos de la técnica del teclado, será Johann Christoph agradecido para siempre. La ciudad de Ohrdruf, en cambio, será recordada por haber albergado uno de los más terroríficos campos de concentración.
Poco se sabe, o poco se ha dicho, acerca de las hermanas de Chopin, Emilia y Ludwika. De la primera tenemos el desalentador recuerdo de su temprana muerte por tuberculosis en 1827 (y es de la misma época el sombrío nocturno en mi menor, que muchos atribuyen a esta pérdida inconsolable); de la segunda nos quedan los testimonios de los allegados del músico, según los cuales fue un bálsamo en los momentos más dolorosos de su enfermedad. En la primavera de 1844 su padre, Nicolás, falleció en Varsovia y la noticia hundió a Chopin en la desesperación; George Sand, que a la sazón compartía su vida con el compositor, invitó a París a su hermana Ludwika -catorce años habían pasado desde que los hermanos se vieran por última vez. El reencuentro, como era de esperar, reavivó la inspiración del músico y lo sacó de un estado de salud deplorable durante un tiempo.
Pocos años después, en 1849, Chopin recibiría por última vez la visita de su hermana mayor. Tras una complicación en su enfermedad y dos terribles hemorragias escribió una carta desesperada cuyo contenido incluyo "Queridos míos: si podéis hacerlo, venid. Estoy enfermo y no hay médico que pueda ayudarme como vosotros, si no tenéis dinero, pedidlo prestado (...) mis amigos creen que el mejor remedio para mi sería la llegada de Ludwika". No dudó la hermana, tan pronto recibió la siniestra noticia, en emprender el viaje desde Varsovia a París, donde se presentó por fin el 8 de agosto de 1849. Dicen los biógrafos que la presencia de Ludwika proporcionó a Chopin una gran alegría; esta presencia se mantuvo inamovible durante los dos meses que transcurrieron hasta su muerte. El 12 de octubre Ludwika comprendió que se avecinaba el fatal desenlace y mandó llamar a un tal padre Jelowicki para que le administrara la extremaunción; una vez que el cura hubo abandonado la sala, Chopin pidió a su hermana que hiciera cumplir una última voluntad, que se cantase el Réquiem de Mozart en su entierro y que regresara su corazón a Varsovia. Misión desagradable, qué duda cabe, pero así hizo.
Hoy nos hemos puesto muy dramáticos, así que para compensar, escuchemos a algunos hermanos interpretar una música más alegre que esta historia:
1º) Los citados hermanos del Valle, interpretando un arreglo de Porgy and Bess, de Geshwin, de cuyo hermano hablaremos en otro momento:
En estas reflexiones estaba, cómodamente reclinado en las amplias butacas de la Juan March, cuando me sobrevino el recuerdo de un cuento de Salarrué, en que una bailarina seductora y su flautista enamorado eran reclamados por un rey para entretener su velada. La joven caía presa de la frenética música de su compañero y bailaba extasiada ante el atónito rey, sumida por completo en los ritmos violentos de la flauta. Pero el flautista, al descubrir el lúbrico efecto que esta danza provocaba en el miserable monarca, se envenenó de celos y erró las notas deliberadamente, causando tremendo impacto en el devenir de la danza y motivando la muerte de la danzarina. Pero estas cosas no ocurren entre hermanos.
La familia Bach destaca no sólo por gozar entre sus virtudes de un talento musical excepcional, sino por contar entre sus defectos con una acelerada mortandad. A partir del año 1683 una serie de desgracias amenazan con menguar este frondoso árbol genealógico. Dos hermanos mayores de Johann Sebastian fallecen ese mismo año; una década después cae su tío; nueve meses más tarde, su madre; y aún no ha cumplido el gran Bach diez años cuando asiste al entierro de su padre. Por suerte, la naturaleza ha dotado al hermano mayor, Johann Christoph, de una salud férrea y de grandes habilidades musicales. Así, a los veinte años goza de un puesto de organista en Ohrdruf que conservará durante el resto de su vida.
Inmediatamente tras la muerte del padre, Johann Christoph se hace cargo de la educación de los pequeños Johann Sebastian y Johann Jakob; pero no sin dificultades. Todas las fuentes coinciden al afirmar que el puesto de organista del que goza desde 1690 está miserablemente pagado. Obligado a contribuir en los ingresos domésticos, Sebastian gana sus primeros jornales como corista, y mientras tanto recibe de su hermano una educación musical y unas lecciones de órgano magistrales. Es en esta ciudad y bajo la tutela de su hermano donde Bach aprende, pues, a tocar el órgano. Todos los días se desplaza hasta la Iglesia de San Miguel y allí se ejercita en un positivo de dos teclados y pedales, ya que aún se están realizando los acabados del gran órgano. Por las noches se introduce sigilosamente en la biblioteca de su hermano y sustrae de ella un valioso libro que contiene grandes obras para teclado de Pachelbel, Froberger, Krell..., y mientras todos duermen el joven Sebastian se entretiene copiando estas obras con la única luz que proyecta la luna. Terminada su labor de copista, devuelve el libro a la biblioteca. Seis meses después Johann Christoph descubrió las tropelías del granuja y le arrebató la copia preso de gran ira. Por esta singular anécdota, y por enseñar a Bach los fundamentos de la técnica del teclado, será Johann Christoph agradecido para siempre. La ciudad de Ohrdruf, en cambio, será recordada por haber albergado uno de los más terroríficos campos de concentración.
Poco se sabe, o poco se ha dicho, acerca de las hermanas de Chopin, Emilia y Ludwika. De la primera tenemos el desalentador recuerdo de su temprana muerte por tuberculosis en 1827 (y es de la misma época el sombrío nocturno en mi menor, que muchos atribuyen a esta pérdida inconsolable); de la segunda nos quedan los testimonios de los allegados del músico, según los cuales fue un bálsamo en los momentos más dolorosos de su enfermedad. En la primavera de 1844 su padre, Nicolás, falleció en Varsovia y la noticia hundió a Chopin en la desesperación; George Sand, que a la sazón compartía su vida con el compositor, invitó a París a su hermana Ludwika -catorce años habían pasado desde que los hermanos se vieran por última vez. El reencuentro, como era de esperar, reavivó la inspiración del músico y lo sacó de un estado de salud deplorable durante un tiempo.
Pocos años después, en 1849, Chopin recibiría por última vez la visita de su hermana mayor. Tras una complicación en su enfermedad y dos terribles hemorragias escribió una carta desesperada cuyo contenido incluyo "Queridos míos: si podéis hacerlo, venid. Estoy enfermo y no hay médico que pueda ayudarme como vosotros, si no tenéis dinero, pedidlo prestado (...) mis amigos creen que el mejor remedio para mi sería la llegada de Ludwika". No dudó la hermana, tan pronto recibió la siniestra noticia, en emprender el viaje desde Varsovia a París, donde se presentó por fin el 8 de agosto de 1849. Dicen los biógrafos que la presencia de Ludwika proporcionó a Chopin una gran alegría; esta presencia se mantuvo inamovible durante los dos meses que transcurrieron hasta su muerte. El 12 de octubre Ludwika comprendió que se avecinaba el fatal desenlace y mandó llamar a un tal padre Jelowicki para que le administrara la extremaunción; una vez que el cura hubo abandonado la sala, Chopin pidió a su hermana que hiciera cumplir una última voluntad, que se cantase el Réquiem de Mozart en su entierro y que regresara su corazón a Varsovia. Misión desagradable, qué duda cabe, pero así hizo.
Hoy nos hemos puesto muy dramáticos, así que para compensar, escuchemos a algunos hermanos interpretar una música más alegre que esta historia:
1º) Los citados hermanos del Valle, interpretando un arreglo de Porgy and Bess, de Geshwin, de cuyo hermano hablaremos en otro momento:
2º) Los hermanos Zapico con su conjunto Forma Antiqva:
3º) El Nocturno de Chopin:
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