Por fin ha llegado el momento, tantas veces temido y demorado, de leer la famosa trilogía de Tolkien, El Señor de los Anillos. Demorado porque siento una natural indisposición hacia las novelas, y aún más hacia los volúmenes ciclópeos; y temido porque la adaptación al cine, afirman los expertos, respeta en alto grado los detalles del original. He escogido el último verano -hay que estar sobrado de tiempo y de energías- para consumir la trilogía de la Tierra Media. Tan pronto he concluido la lectura del tercer tomo me he agenciado una edición de los así llamados Cuentos Inconclusos, por curiosidad de saber sobre la suerte de algunos personajes que en la trilogía original son mencionados brevemente. Por lo general se acepta que Tolkien inventó toda esta mitología, fundamentándose en los estadios más representativos de otras tantas. Plagada de héroes y antihéroes estereotipos de cualquier mitología, me ha sorprendido encontrar en la historia de Túrin una reelaboración del mito de Kullervo, personaje siniestro de la epopeya finlandesa Kalevala.
El compositor finlandés Jean Sibelius se inspirió en los episodios narrados en el Kalevala para componer numerosos Poemas Sinfónicos. En esencia, esta epopeya responde a una compilación de historias tradicionales recogidas por un erudito finlandés llamado Elias Lönnrot, sobre las aventuras de cuatro héroes: el imperturbable (aunque siempre perturbado) Vainamoinén, el herrero Ilmarinen, el alegre Lemmikainén, y Kullervo, el de las medias azules, sobre el que Sibelius compuso una intensa obra sinfónica, basándose en el siguiente programa.
La leyenda trasncrita por Lönnrot cuenta que los hermanos Kalervo y Untamo se enfrentaron en una despiadada contienda. Aplastadas las huestes de Kalervo, Untamo raptó a una mujer embarazada a fin de que le sirviera como esclava. Al poco dio a luz la sirvienta a un niño que llamaron Kullervo, poseedor de una sobrehumana fortaleza, alegría de Untamo. Pero al comprobar que Kullervo albergaba hacia él un profundo rencor se dijo "Este niño será la calamidad de mi raza: Kalervo renace en él", y procuró mandarlo bien lejos, a donde recibiera una muerte segura. Un día, vagando Kullervo por tierras de la sombría Pohjola, halló a una hermosa muchacha. Sobrecogido por su belleza se apoderó de ella y la violó brutalmente, sin saber que esta joven no era otra que su propia hermana. Apenas supo la muchacha de su conducta incestuosa se arrojó a un torrente, precipitándose contra las rocas. Kullervo volvió sobre sus pasos, iracundo y vengativo, y perpetró una guerra contra Untamo, cuyas facciones no ofrecieron resistencia alguna. Muerto Untamo, y envilecido por sus ruindades, Kullervo acabó sus días probando en su pecho su propia espada. Juan B. Bergua, que afrontó el gran trabajo de traducir y editar el abultado poema de Lönnrot, afirma que Kullervo es el equivalente de Edipo, a causa de un funesto destino que le persigue siempre hilvanando desgracias.
Se ha destacado a menudo que es un complejo edípico, y no un afán de venganza, el conflicto que atormenta la mente de Hamlet, el príncipe danés de Shakespeare, a quien Franz Liszt dedicó un desafortunado Poema Sinfónico. En efecto, esta obra de 1858 no fue estrenada hasta veinte años después de su composición, y aún en este estreno no pudo estar presente el maestro húngaro; sólo diez años después Liszt pudo escuchar, al fin, el resultado de su trabajo. La música no pretende en ningún caso ser un programa de la obra de teatro, sino mostrar una representación audaz de la psicología del personaje principal y de cómo evoluciona en él este complejo desarrollado con posterioridad por Freud. Así, el verdadero apuro de Hamlet no se encuentra en vengar la muerte de su padre, sino en superar los celos que siente por su tío usurpador. Liszt retrata esta tragedia a lo largo de una Introducción de carácter lento y desapacible; un Allegro central donde se ha querido hallar referencias a la muerte de la infeliz Ofelia ; y un Finale que contiene, como no podía ser de otra manera, una Marcha Fúnebre.
La historia de Hamlet, cuyo tío asesina a su padre y ocupa su lugar en el lecho junto a la madre, tiene, si cabe, mayores similitudes con la Electra de Sófocles, personaje que inspiró la ópera en un acto de Richard Strauss. La tragedia narra acontecimientos ocurridos tras el regreso de Troya de los héroes aqueos. Agamenón, Rey de Micenas y uno de los más esforzados guerreros, vuelve a casa tras varios años de guerra en Ilión. Pero no son los cálidos abrazos de su esposa Clitemnestra, ni los agasajos de sus amplios salones, quienes reciben al héroe apuesto, sino el frío puñal del miserable Egisto, con quien se ha entendido la Reina en ausencia del esposo. Muerto Agamenón y expulsados sus dos hijos, el prudente Orestes y la vengativa Electra, no tendrá mayor satisfacción la joven griega que la de perfilar el momento de asesinar a su madre. El psicólogo suizo, discípulo y colaborador de Freud durante varios años, Carl G. Jung, acuñó el término Complejo de Electra para referirse al proceso de maduración de la mujer, en el transcurso del cual se experimenta una atracción hacia el padre, fijación ésta en que la madre representa un pertinaz obstáculo. El conflicto se dirime cuando la niña comprende que no es la preferida.
Pero dejemos de lado los asuntos del psicoanálisis, más por ignorancia que por desinterés, y centrémonos en cómo trató esta historia el alemán Richard Strauss, que poco antes se había fijado en otra mujer perturbadora, la antojadiza hija de Herodías, Salomé.
El libreto que rige el desarrollo de la obra está compuesto por quien fuera su colaborador habitual, Hugo von Hofmansthal, que a su vez adaptó concienzudamente la tragedia de Sófocles. En los rasgos generales no se desvió del texto original, y puede, por ello, decirse sin ambages que se trata de un libreto excepcional. Pero suprimió un pasaje que, al menos en mi opinión, es condicionante del comportamiento de Clitemnestra, ya que ofrece indicios de un Agamenón poco virtuoso. Concluida la acusación de Elektra contra su madre, ésta suplica que se le permita interponer un valioso argumento y le cuenta cómo Agamenón hizo sacrificar a su hija Ifigenia, pues se le había pronosticado que de negarse al sacrificio la flota griega no zarparía hacia Troya; asolada la ciudad de Príamo, tomó por la fuerza a la troyana Casandra, y la metió en su cama junto a Clitemnestra. "Y luego" concluye la resentida reina "sobre nosotras brillan como la luz del día los insultos, y los hombres, en cambio, responsables de esto, no oyen hablar mal de ellos". No obstante, pese a que esto bien no justifica, aunque sí explica, las razones de Clitemnestra para despachar a Agamenón, acaba cruelmente asesinada por su hijo Orestes. Al término de la obra, Electra cae presa de un exagerado frenesí y muere, una vez consumada su venganza, al contrario que en la tragedia original. Buen ingenio, sin duda, para dejar al espectador satisfecho, a la par que confundido.
Aquí tenemos esta versión de la obra maestra de Strauss, en la que se observa cómo Elektra pierde el rumbo definitivamente.
El compositor finlandés Jean Sibelius se inspirió en los episodios narrados en el Kalevala para componer numerosos Poemas Sinfónicos. En esencia, esta epopeya responde a una compilación de historias tradicionales recogidas por un erudito finlandés llamado Elias Lönnrot, sobre las aventuras de cuatro héroes: el imperturbable (aunque siempre perturbado) Vainamoinén, el herrero Ilmarinen, el alegre Lemmikainén, y Kullervo, el de las medias azules, sobre el que Sibelius compuso una intensa obra sinfónica, basándose en el siguiente programa.
Pero dejemos de lado los asuntos del psicoanálisis, más por ignorancia que por desinterés, y centrémonos en cómo trató esta historia el alemán Richard Strauss, que poco antes se había fijado en otra mujer perturbadora, la antojadiza hija de Herodías, Salomé.
El libreto que rige el desarrollo de la obra está compuesto por quien fuera su colaborador habitual, Hugo von Hofmansthal, que a su vez adaptó concienzudamente la tragedia de Sófocles. En los rasgos generales no se desvió del texto original, y puede, por ello, decirse sin ambages que se trata de un libreto excepcional. Pero suprimió un pasaje que, al menos en mi opinión, es condicionante del comportamiento de Clitemnestra, ya que ofrece indicios de un Agamenón poco virtuoso. Concluida la acusación de Elektra contra su madre, ésta suplica que se le permita interponer un valioso argumento y le cuenta cómo Agamenón hizo sacrificar a su hija Ifigenia, pues se le había pronosticado que de negarse al sacrificio la flota griega no zarparía hacia Troya; asolada la ciudad de Príamo, tomó por la fuerza a la troyana Casandra, y la metió en su cama junto a Clitemnestra. "Y luego" concluye la resentida reina "sobre nosotras brillan como la luz del día los insultos, y los hombres, en cambio, responsables de esto, no oyen hablar mal de ellos". No obstante, pese a que esto bien no justifica, aunque sí explica, las razones de Clitemnestra para despachar a Agamenón, acaba cruelmente asesinada por su hijo Orestes. Al término de la obra, Electra cae presa de un exagerado frenesí y muere, una vez consumada su venganza, al contrario que en la tragedia original. Buen ingenio, sin duda, para dejar al espectador satisfecho, a la par que confundido.
Aquí tenemos esta versión de la obra maestra de Strauss, en la que se observa cómo Elektra pierde el rumbo definitivamente.
Una buena versión del Poema Sinfónico de Liszt, Hamlet:
Y la interesantísima obra Kullervo de Sibelius, en la que se tiene por mejor versión, la de Sir Colin Davis: