Ha caído en mis manos la extraordinaria historia del arte de Gombrich, obra de referencia para quien desee comprender los fundamentos artísticos de las civilizaciones. No peca en ningún momento, a diferencia de otros manuales de arte, de la erudición pedante de los grandes estudiosos; al contrario, escribe en un estilo claro y divulgativo accesible a todos y, precisamente, al menos entendido, sin abandonar por ello la precisión histórica y técnica. Todo un logro que no sin razón se ha mantenido en la cúspide de los manuales de arte desde que se publicó por primera vez en 1950. Es en este manual donde he encontrado una explicación cabal y sencilla del famoso Renacimiento Italiano, marco indiscutible en que se encuadran la vida y la obra de la compositora que nos ocupa.
Una vez sentadas las bases de una nueva pintura por Giotto, los italianos de la primera mitad del siglo XV consideraron su obra como digna de compararse a las grandes obras del pasado clásico. Conscientes de que en esta antigüedad Roma había sido el eje de la cultura universal, y deseosos de recuperar el poder y la gloria de la que habían gozado, se dieron a la tarea de organizar un nuevo arte que emulase los postulados de la Italia clásica. Al período de tinieblas en que se había visto envuelta la cultura tras la irrupción de los pueblos bárbaros la llamaron Edad Media, y al arte legado por estos bárbaros, por los pueblos godos, lo denominaron Gótico.
Con todo, incurre Gombrich, tal vez por razón de espacio o tal vez por tradición, en la típica descuartización del arte, de la que protestaba enérgicamente Oswald Spengler en su "Decadencia de Occidente", que separa a la Música de las llamadas Artes Plásticas como si se tratase de cosas distintas, o como si acaso no se pronunciaran hablando el mismo lenguaje formal. Arte de la vista y arte del oído, en definitiva. En este "arte del oído" hay que destacar, naturalmente, la existencia del Madrigal.
Básicamente, un Madrigal es una canción de corte secular, que reviste carácter polifónico, por lo que es habitual que se interprete a cuatro o cinco voces, simultáneamente, y casi siempre sin acompañamiento instrumental. Esta forma musical se aproximó al teatro. En el Madrigal se suponía una acción que no se representaba, sino que debía ser interpretada por las palabras que entonaba el coro. La siguiente lista de reproducción contiene tres madrigales. "Matona mia cara", de Orlando di Lasso, es una canción de amor basada en un texto italiano; se trata de una serenata en la que el cantante suplica a su dama que se asome si la canción le satisface, en caso contrario se irá a cortejar a otra. "Now is the month of Maying" de Thomas Morley, que no es otra cosa que una canción de primavera; y "Vien´a qua" de "Orazzio Vecchi", perteneciente a su "Amphiparnasso", protagonizada por dos enamorados y el padre de la joven, que pretende casarla con un tal Doctor Graciano.
El paso que sigue a la invención del Madrigal es la invención del Melodrama. En el Melodrama los cantantes no se limitaban a entonar la canción, sino que también representaban su contenido, comportándose como actores. Entre el escenario y el público había una orquesta relativamente numerosa, encargada de aderezar la acción. Para que cada personaje tuviera cierto grado de autonomía y pudiera expresar su psicología sin cortapisas, se hizo necesaria una relajación de la polifonía, lo que dicho en otros términos implica que, a diferencia del Madrigal, los personajes no cantaban al mismo tiempo. Este nuevo estilo en que a una sola línea melódica se le aplicaba un somero acompañamiento instrumental se llamó Monodía Acompañada".
Le debemos la invención de la Melodía Acompañada, y con ello la Ópera, a un grupo de sabios florentinos que discutían acaloradamente acerca de cómo promover el Renacimiento en Música, dado que si bien existían modelos clásicos de esculturas y templos, eran escasas las muestras de procederes musicales en la Roma y Grecia antiguas. Las muestras más evidentes residían en las tragedias griegas, de las que se tenía por sabido que se representaban. Qué mejor, pues, que servirse de las representaciones clásicas como marco a una nueva música inspirada en el glorioso pasado.
He aquí el gran logro de estos artistas e intelectuales florentinos que ejercían sus reuniones en el palacio del conde de Vernio, también llamado Giovanni Bardi. El grupo estaba formado por Jiacopo Peri, Emilio del Cavaliere, Ottavio Rinuccini, Vicenzo Galilei (al que le debemos también la existencia del ínclito Galileo) y Giulio Caccini, padre de nuestra compositora. Fue bajo los fastuosos techos de su palacio donde se gestaron las bases de la nueva música y donde se compuso la primera ópera, "Dafne". Desgraciadamente no se conservan sino algunos pequeños y roídos fragementos de esta partitura; por esa razón la mayor gloria reside en la siguiente ópera producida en estas circunstancias, "Eurídice", de 1600, también sobre temas míticos.
La producción de "Eurídice" coincide en la Historia con un acontecimiento de singular importancia. En el año 1600 se celebra en la catedral de Florencia la boda real entre María de Médici y Enrique IV, rey de Francia y de Navarra. No tanto por amor como para aliviar las deudas que el rey francés ha contraído con la familia Médici, afortunados banqueros, se amaña esta boda real que se celebra en ausencia del propio Enrique IV, cuya representación ostenta el gran duque de Toscana. Para regocijo de los recién casados y de una audiencia selecta de doscientas personas se encarga la representación de esta ópera de Peri. Este es el momento clave para el impulso de la nueva música. Sin dudarlo un solo instante Giulio Caccini toma las riendas de la producción, no en vano trabaja desde 1564 como músico del Gran Duque. Caccini destaca ampliamente por su dominio del canto; a él se le debe la invención de ese tipo de recitativo plagado de virtuosismo que recurre con frecuencia a los "vocalizzi" y a los "trilli"; y no ha reparado en esfuerzos a la hora de ilustrar con esa técnica vocal a toda su familia. El "Concerto Caccini", así es como llama al conjunto familiar, está formado por el propio Giulio, su esposa Margarita, sus dos hijas y un buen número de alumnos del maestro.
Todo apunta a que la representación habrá de ser un éxito. Y así ocurre, de la noche a la mañana se pregonan por toda Florencia las hazañas del Concerto Caccini y del éxito de la ópera de Peri. Pero también menudean los vítores hacia la joven hija del profesor de canto, que apenas ha cumplido trece años. Se dice que de entre todas las voces implicadas en la representación de "Eurídice" ha destacado brillantemente la de la pequeña Francesca (y esta es su primera aparición documentada). Su camino a lo largo de la Historia de la Música comienza en este punto, cuando interesado por las noticias de la la joven cantante, el propio Rey de Francia, Enrique IV, le hace una sugerente oferta para trasladarse a Francia y trabajar a su servicio. Pero sobre estos asuntos hablaremos en el siguiente post.
Escuchemos ahora a Cecilia Bartoli interpretar la música de Giulio Caccini:
Para saber cómo continúa la historia de Francesca Caccini pulsa aquí: Francesca Caccini II
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