El pasado sábado 18 de junio se celebró en Madrid un acontecimiento excepcional llamado "¡Sólo Música!", una jornada de puertas abiertas en el Auditorio Nacional de doce horas de duración, a lo largo de las cuales se sucedieron conciertos de música clásica. El Auditorio aportó las salas de cámara y sinfónica, el salón de tapices y la plaza de Ernesto y Rodolfo Halffter para albergar una programación de obras que se extendían desde William Byrd hasta David del Puerto. Un elaborado folleto y numerosos paneles repartidos por todo el Auditorio sirvieron para que el público se ubicara entre tantas opciones, ya que los conciertos se sucedían de forma simultánea. Así, uno podía pararse frente a los paneles y, tras examinar el concierto que iba a ofrecerse en cada sala, decidirse por uno u otro. Fue aquí, frente a uno de ellos, donde una señora preguntó a su marido si le apetecía ir al salón de tapices a escuchar a una soprano cantar canciones de Richard Strauss. ¿Strauss? contestó inmediatamente, por nada del mundo me voy a parar a escuchar música de un nazi. Y dejando esta grave sentencia en el aire se fueron de camino hacia la sala sinfónica.
Naturalmente, este señor ha elevado una opinión tan severa a raíz de una información incompleta, y no está al tanto de que Strauss no sólo tenía nietos judíos, sino que había trabajado con los libretistas Hugo von Hofmannstal y con Stefan Zweig, que también lo eran. Stefan Zweig, el gran escritor austriaco a quien debemos obras tan memorables como "Momentos estelares de la humanidad", "María Antonieta" o "Fouché", cuenta los pormenores de esta colaboración con el músico alemán en su libro de memorias "El mundo de ayer".
Tras la muerte de von Hofmannstal, Strauss se pone en contacto con el editor de Stefan Zweig para proponerle una colaboración como libretista en su próxima ópera. Para Strauss debía ser un aliciente el que uno de los escritores más populares de entonces trabajase en su ópera; un escritor que en sus novelas y narraciones había demostrado poseer un don especial para tejer dramas memorables. Como la admiración es mutua no tarda Zweig en aceptar la proposición de Strauss, y tras un fructífero encuentro deciden que la ópera se basará en la obra de teatro de Ben Johnson "La mujer silenciosa", que el escritor modificará en algún aspecto. Pronto se resuelven los primeros borradores y se realizan los primeros ensayos de esta obra conjunta, de tal suerte que Strauss y Zweig deciden sellar un pacto de colaboración vitalicia.
Pero con la ópera preparada para el estreno ocurre un acontecimiento que vaticina grandes problemas para ambos artistas. En 1933 Hitler se hace con el poder y prohíbe la representación en los teatros alemanes de obras de autores no arios, o en cuya gestación hubiera intervenido de algún modo un judío. Esta prohibición se extiende además a los músicos del pasado, con lo que se retira también la estatua de Mendelssohn en Leipzig. Ante esta circunstancia Stefan Zweig comienza a sugerir a Strauss que tal vez deban quebrantar el pacto de colaboración; Zweig se ha manifestado en sus escritos como pacifista y ha arremetido siempre contra todo tipo de violencia y sumisión, su condición de judío empeora las cosas... para Strauss es un problema que el Reich lo tenga en su punto de mira a raíz de esta colaboración. Pero Strauss no quiere oir hablar a su libretista de este asunto; siendo como es el mayor músico alemán vivo y sabiendo que el mismo Hitler es un gran admirador de su música, no ha tenido reparos en fomentar encuentros con Goebbels o Goring, ha aceptado incluso ostentar la presidencia de la Cámara de Música del Reich, de modo que encontrará una solución.
Strauss, pues, se empeña en que el nombre de Stefan Zweig figure en los carteles del teatro en que la ópera se estrenará, y como se está convirtiendo en un asunto de estado, el mismo Hitler convoca al compositor a una entrevista a fin de encontrar una salida a todo este embrollo. De lo que se habló en esta entrevista no se puede más que barruntar ideas, pero lo cierto es que cuando Strauss sale de ella lo hace con el convencimiento de que su ópera se va a estrenar, y de que el nombre de Stefan Zweig, que había desaparecido de las librerias alemanas, aparecerá escrito en los carteles de un teatro alemán.
El estreno de la ópera, al que por supuesto Zweig no asiste, se convierte en un éxito inmediato. Pero al poco tiempo ocurre algo inesperado para Strauss. En 1935 recibe una carta del escritor en que afirma que ya no será posible continuar la colaboración. Como judío experimenta un sentimiento de solidaridad hacia los que cómo él han tenido que abandonar sus hogares y cobijarse en países extranjeros; y ahora siente que puede estar dando una impresión de colaborar con un representante del Tercer Reich, no en vano es el presidente de la Cámara de Música. Alude, además, al hecho de que cuando Toscanini decidió cancelar la dirección del Parsifal en Bayreuth, Strauss accedió a ocupar su puesto.
Strauss monta en cólera, y en su ingenuidad no comprende que su respuesta airada a esta carta le va a poner en una situación extremadamente complicada con el Reich. He aquí un fragmento de esta respuesta: "su carta del día 15 me ha llevado a la enervación, ¡qué obstinación judía!, suficiente para convertirse en anti-semita. Este orgullo de raza, este sentimiento de solidaridad. ¿Cree acaso que en algún momento de mi vida mis acciones han estado guiadas por el sentimiento alemán? ¿Cree que Mozart componía como un ario? Yo sólo conozco dos tipos de personas, las que tienen talento y las que carecen de él. El pueblo existe para mí sólo desde el momento en que se convierte en público; el que sean chinos, bávaros, neo-zelandeses o berlineses es algo que me trae sin cuidado, sólo me importa que paguen el precio de la entrada. ¿Quién le contó que me ha dado por la política? ¿Por haber dirigido un concierto en lugar de Bruno Walter? Aquello lo hice por el bien de la orquesta. ¿Por sustituir a Toscanini? Eso fue por el bien de Bayreuth. ¿Por aceptar ser el presidente de la Cámara de Música? Eso lo hice con buenos propósitos y para evitar mayores desastres. Habría aceptado ese penoso honor bajo cualquier gobierno pero ni Kaiser Wilhelm ni Herr Rathenau me lo ofrecieron...." (este Herr Rathenau era el ministro judío de asuntos exteriores de la República de Weimar).
Tras escribir esta carta enérgica la mete dentro de un sobre, escribe la dirección de Zurich en que Stefan Zweig se encuentra, sale a la oficina de correos más próxima y la deposita a su suerte en un buzón. Pero su suerte no es otra que nefasta. La Gestapo, que está bien al tanto de las relaciones de Strauss con los judíos (recordemos que su editor, su nuera, sus nietos, y sus libretistas lo son) intercepta la carta y la envía inmediatamente a Hitler. El mazazo no se hace esperar. De la noche a la mañana la ópera "La mujer silenciosa" es retirada tras la segunda representación y Strauss, que hasta el momento había gozado de la protección del Reich, es forzado a dimitir de la presidencia de la Cámara de Música, si bien lo obligan a esgrimir motivos de salud. Desde ese momento en adelante, el músico más querido y valorado de la alemania del siglo XX será visto con recelo y tratado con desdén por el partido nazi. No obstante continuará valiéndose de él en ocasiones puntuales, como en aquélla en que lo hacen componer un himno para los juegos olímpicos de 1936. No debe protestar más Richard Strauss. En 1935 se dictan en Nurenmberg las primeras leyes de discriminación racial, por la que se prohiben los matrimonios y relaciones extraconyugales entre judíos y arios; esto le afecta directamente a través de la Ley para la protección de la sangre y el honor alemanes, ya que su hijo Franz se ha casado con una judía y tiene dos hijos con ella, que a todos los efectos son considerados judíos. A cambio de esas efímeras colaboraciones, su familia no será molestada en ningún momento. Y así fue.
Aquí tenemos a Thomas Quasthoff cantando un aria de la ópera "La Mujer Silenciosa"
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