Entre las más variopintas posibilidades de ocio que ofrece Madrid se encuentra la proliferación de librerías anticuarias y especializadas. Desconozco si en otras ciudades existe una abundancia semejante de este material , pero sí puedo afirmar que en Madrid, entre estas librerías y las ferias del libro antiguo que se celebran habitualmente, es raro no dar tarde o temprano con el libro que uno anda buscando. También ocurre que husmeando entre los polvorientos estantes de estas librerias, y bajo la atenta y esquiva mirada del señor barbudo que las regenta, se desvía uno de su principal recado y viene a dar por casualidad con algún tomo que llama poderosamente la atención. Así es como encontré una traducción al español de la obra "Giudizio Finale", del florentino Giovanni Papini; una segunda edición de 1966, con un cuidadoso encuadernado.
El Juicio Final pasa por ser la obra cumbre de Papini, iniciada con unos someros apuntes en 1904 y abandonada en 1952. Generalmente se la considera inconclusa aunque hay autores que, dada su extremada dimensión, la consideran acabada. Responde a la inquietud del autor de hacer una obra de gran aliento que ya antes había intentado en las formas de una Enciclopedia , una Historia y un Informe, todos ellos universales. Estos intentos fueron conformando el Juicio Final, que pretendía ser una enciclopedia de la vida humana representada en todos sus aspectos por una multitud de resucitados. De esta forma presenta el autor en su prólogo un Nuevo Cielo y una Nueva Tierra, escenario informe y atemporal sobre el que los ángeles acusadores interrogan a un ejército de resusitados sobre sus actividades terrenas . Siguiendo a Papini, "Cada Angel llama uno a uno por el nombre. El llamado sube ante él sobre el rellano y, después de haber hablado, desaparece más allá donde comienza otra luz más poderosa. El Juicio ha comenzado. Quizá hace unos instantes, quizá hace miles de días".
Dado que estos Angeles son muy organizados desarrollan su interrogatorio agrupando a los acusados según su condición en vida. Así encontramos reunidos a los apóstoles y profetas, monarcas, políticos, papas, sabios, filósofos, mujeres pecadoras, asesinos, historiadores y -como no podía ser de otra manera- artistas. Y entre los artistas que tienen que dar cuenta de sus actividades mundanas aparece de nuevo Paganini, y junto a él, Haendel.
El Angel es implacable con Paganini. Acusa al músico de ambicionar en demasía los placeres del dinero, las mujeres y la fama, y de despreciar por contra al que le concedió el don de encantar las almas con la música. También condena la vanidad del violinista al no desmentir la leyenda del pacto con el diablo y el desprecio por un sacerdote al que hizo expulsar cuando ante el lecho de muerte se disponía a ofrecerle palabras de consuelo. Ante estas acusasiones se defiende enérgicamente el compositor, justificando ante el Angel sus decisiones, y le recrimina que no tenga en cuenta como atenuante su vida atormentada desde la infancia por las enfermedades, su carácter errante en medio de tentaciones y rivales, y una obsesión que le impulsaba a hacer en aquel entonces lo que nadie se había atrevido. Replica que él consiguió dar nuevas emociones y alegrías a los hombres, y que tal gesta no habría sido posible si no hubiese estado perseguido por la fiebre del amor, de la tisis y del genio. Ante la acusación de tacaño refiere que es falsa, ya que con el fruto de su trabajo atendió y protegió a pobres y artistas. En lo tocante a las mujeres reconoce que pagó muy duramente el amor, ya que aunque poseyó muchas jamás se casó y sólamente una le dio un hijo, a cuya madre hubo de comprárselo. Por culpa de una mujer, dice, hasta conocí la cárcel.
Sobre el asunto del demonio lanza al angel una pregunta envenenada: "¿Y el demonio no podría ser, a veces, acaso a pesar suyo y sin quererlo, un bienhechor de los que buscan lo nuevo, lo inaudito, lo prodigioso? Los hombres llaman diabólico todo aquello que supera al mediocre poder de los mediocres (...) Otros hombres obtenían semejantes afectos con otros medios, pero sólo de mí se fantaseaba sobre pactos demoníacos e infernales mientras que sólo puse en práctica la pura magia del dolor y del arte". Tras estas convincentes razones culmina su defensa Paganini abrigando la esperanza de que "Dios perdone a un desventurado artista que despertó alguna vez en el corazón de los hombres los acordes y los recuerdos del paraíso".
He mencionado que Haendel también se encuentra entre el coro de artistas acusados, pero su defensa no es ni por asomo tan apasionada e interesante como la de Paganini, toda vez que sus primeras palabras en este sentido son "En verdad no sé de qué he de acusarme o justificarme". De forma peregrina admite que en ocasiones se sentía invadido por el deseo de fama y de ganancias para luego basar todo su discurso en la relación entre la música y Dios. En sus últimas palabras antes de ser despachado por el Angel llega a afirmar que al componer sus obras tuvo la seguridad de acercar al hombre a la Divinidad y de acortar el camino entre la tierra y el cielo, y pone como ejemplo el momento en que le subió al corazón el tema del Aleluya del Mesías.
El Angel es implacable con Paganini. Acusa al músico de ambicionar en demasía los placeres del dinero, las mujeres y la fama, y de despreciar por contra al que le concedió el don de encantar las almas con la música. También condena la vanidad del violinista al no desmentir la leyenda del pacto con el diablo y el desprecio por un sacerdote al que hizo expulsar cuando ante el lecho de muerte se disponía a ofrecerle palabras de consuelo. Ante estas acusasiones se defiende enérgicamente el compositor, justificando ante el Angel sus decisiones, y le recrimina que no tenga en cuenta como atenuante su vida atormentada desde la infancia por las enfermedades, su carácter errante en medio de tentaciones y rivales, y una obsesión que le impulsaba a hacer en aquel entonces lo que nadie se había atrevido. Replica que él consiguió dar nuevas emociones y alegrías a los hombres, y que tal gesta no habría sido posible si no hubiese estado perseguido por la fiebre del amor, de la tisis y del genio. Ante la acusación de tacaño refiere que es falsa, ya que con el fruto de su trabajo atendió y protegió a pobres y artistas. En lo tocante a las mujeres reconoce que pagó muy duramente el amor, ya que aunque poseyó muchas jamás se casó y sólamente una le dio un hijo, a cuya madre hubo de comprárselo. Por culpa de una mujer, dice, hasta conocí la cárcel.
Sobre el asunto del demonio lanza al angel una pregunta envenenada: "¿Y el demonio no podría ser, a veces, acaso a pesar suyo y sin quererlo, un bienhechor de los que buscan lo nuevo, lo inaudito, lo prodigioso? Los hombres llaman diabólico todo aquello que supera al mediocre poder de los mediocres (...) Otros hombres obtenían semejantes afectos con otros medios, pero sólo de mí se fantaseaba sobre pactos demoníacos e infernales mientras que sólo puse en práctica la pura magia del dolor y del arte". Tras estas convincentes razones culmina su defensa Paganini abrigando la esperanza de que "Dios perdone a un desventurado artista que despertó alguna vez en el corazón de los hombres los acordes y los recuerdos del paraíso".
He mencionado que Haendel también se encuentra entre el coro de artistas acusados, pero su defensa no es ni por asomo tan apasionada e interesante como la de Paganini, toda vez que sus primeras palabras en este sentido son "En verdad no sé de qué he de acusarme o justificarme". De forma peregrina admite que en ocasiones se sentía invadido por el deseo de fama y de ganancias para luego basar todo su discurso en la relación entre la música y Dios. En sus últimas palabras antes de ser despachado por el Angel llega a afirmar que al componer sus obras tuvo la seguridad de acercar al hombre a la Divinidad y de acortar el camino entre la tierra y el cielo, y pone como ejemplo el momento en que le subió al corazón el tema del Aleluya del Mesías.
La obra de Papini no dispone de noticias sobre los resultados de estos juicios tan severos, ni incluye, como cabría esperarse, las acusasiones y defensas de otros músicos cuyas vidas disipadas y delitos bien podrían merecer un proceso parecido, como por ejemplo las vidas de Carlo Gesualdo o Franz Liszt. Imagino que Gesualdo tiene acceso directo al ser, como el autor, un italiano; y Liszt, más inteligente tal vez, debió ahorrarse este engorroso trámite al esgrimir que hacia el final de su vida había abrazado las órdenes menores.
En todo caso, como a la gente se la conoce por sus obras y no por sus palabras, dejaremos que nuestros músicos se defiendan con su música:
En todo caso, como a la gente se la conoce por sus obras y no por sus palabras, dejaremos que nuestros músicos se defiendan con su música:
Para saber más sobre los asuntos de Paganini con el demonio visita el siguiente enlace:
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